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viernes, 11 de noviembre de 2016

Las primitivas cuadrillas de costaleros de San Nicolás


Esther Mª Ojeda. Con un antiguo recorte de periódico, la Hermandad de la Sentencia se transportaba hace unas horas a la década de los 80. Más concretamente a su estación de penitencia de 1982, un momento que la prensa debió considerar como la ocasión perfecta para acercarse a conocer en mayor profundidad los entresijos de una de las hermandades de centro por excelencia con un atractivo añadido: las jóvenes cuadrillas de costaleros.

En una época en la que aún podía considerarse uno de los grandes alicientes y novedades – teniendo en cuenta que no fue hasta 1975 cuando el pueblo cordobés tuvo la oportunidad de conocer a la primera cuadrilla de hermanos costaleros con la Hermandad de la Expiración – el artículo periodístico se afanaba en describir pormenorizadamente todos los detalles relativos a las cuadrillas de la Sentencia en medio del clásico ambiente de expectación que caracteriza la salida del templo.

Daba el periodista en cuestión un paso más al aproximarse a algunos de los hermanos costaleros para conocer de primera mano su experiencia, sus incentivos y sobre todo, esa palpable ilusión que tanto mencionaba como motor para sobrellevar el consabido esfuerzo que implica estar debajo del paso durante la jornada pertinente. Había ya por aquel entonces un joven Antonio Ángel Cuenca quien, a la corta edad de 20 años, se enorgullecía del que era su cuarto año como costalero de la corporación – y eso obviando el hecho de que incluso perteneciese a la Junta de Gobierno – como resultado de la decisión que había conducido a la cofradía a seguir ejemplos anteriores para dejar atrás los años de los costaleros profesionales en pro de un futuro, ahora sobre los hombros de las cuadrillas de hermanos.

En ese año de 1982, no dejaba de llamar la atención el hecho no solo de tener soportar el peso de las imágenes y el paso, sino también el de hacerlo dignamente por el entramado de callejuelas en el que uno puede perderse en cualquier momento en esta preciosa ciudad, con sus características estrecheces y dificultades particulares. Pero para enfrentarse a ello, según las palabras de aquellas primeras cuadrillas, ya existía entre sus componentes una compenetración especial – en la que sin duda influían las relaciones que ya se habían establecido años atrás en incluso siendo también los pies de la Virgen de las Angustias – que se convirtió en la clave del rigor y el buen hacer de una hermandad con un estilo tan definido como disciplinado.

Sin embargo, en un momento como el presente en que la figura del costalero ha adquirido tanta relevancia y acapara tantos titulares – a menudo ligados a grandes polémicas – resulta especialmente curioso recrearse en las palabras de aquellos jóvenes, quienes con tanta claridad apelaban al trabajo en equipo – no solo entre ellos sino también con el capataz  al que calificaban como el mejor de toda Córdoba – así como al indispensable sentido penitencial y por supuesto a la devoción tan necesaria y sin la que todo esto carecería de sentido.

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