Julia Nieto. Las aguas del Guadalquivir fluyen por su cauce serenas y calladas pues no quieren interrumpir el sollozo de una Madre herida, que en la orilla, llora desconsolada. Por su mente pasan los recuerdos fugaces de la infancia de un chiquillo, que de Ella ha heredado su bella mirada.
Y es que en su dolor no comprende qué es lo que ha podido pasar, que de estar cambiándole pañales en un triste pesebre, hoy a su Hijo en una cruz ve agonizar, por todo el Amor que el dio a los hombres y que ellos no supieron aprovechar. Madre buena, Virgen Santa, cómo aflige a tu barrio verte llorar. ¿Cómo puede aliviar tu pena? ¿Cómo puede a tu lado sollozar? Si es que el Cerro se entrega a su Reina, con tal de no verla llorar más. Pues su tristeza le duele y a su luto silencioso se quiere sumar.
Qué curioso que tras el mes de difuntos llegue la Navidad. En uno piensas en tu Hijo roto de dolor por una cruz pesada, Madre Mía, y en el otro recuerdas como nueve meses atrás se encarnaba en tus entrañas para redimirnos del pecado y resucitar con él en su celestial nación.
La muerte tiende la mano a la vida, la muerte no es el final. No llores más Madre querida que tu hijo a tu lado volverá. La muerte es la puerta triunfal para pasar de un mundo oscuro a una radiante eternidad.
Fotos Antonio Poyato