Guillermo Rodríguez. Pocas veces el Evangelio fue más
adecuado a la hora de exponer una visión subjetiva de la actualidad en forma de
enfoque. Dice San Mateo 23,1-12, “(…) no
se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las
ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni
siquiera con el dedo (…)”. Esta actitud farisea es exactamente la que ponen
en práctica los pésimos políticos que nos desgobiernan hoy en día.
Personajillos que rara vez piensan lo que dicen y jamás dicen lo que piensan.
Individuos que sistemáticamente tratan al pueblo al que presuntamente
representan como a seres inferiores a los que torean (discúlpenme el verbo
políticamente incorrecto empleado) a su antojo y manipulan o engañan como si no
hubiese un mañana. Charlatanes que trasladan el esfuerzo del trabajo diario a
sus semejantes, a los que consideran vasallos, mientras se dedican a vivir de
nuestros impuestos sin dar un palo al agua.
El mal político no gestiona en
función de lo que estima más adecuado para la población a la que hipotéticamente
representa, sino que envía globos sonda en voz propia o a través de terceros
para comprobar la reacción de la ciudadanía y reafirmarse o retractarse en
función de ésta, culpando a los medios o a la mala interpretación de lo
manifestado si es preciso. Eso es exactamente lo que vienen haciendo los
inquilinos del ayuntamiento de Córdoba desde que sus irresponsables tomaron
posesión de sus cargos el pasado mes de junio.
Lo hizo la Alcaldesa cuando
indicó que expulsaría al Custodio de Córdoba (que lo es pese a quien pese, con
cuadro o sin él) de la sede municipal. Tras contrastar la airada respuesta de
buena parte de la ciudadanía a la que dice defender y representar, reculó
vergonzosamente y se desdijo de lo amenazado (un malentendido, ya saben…).
Luego, para contentar a la facción más radical (o radikal) de aquellos en los
que se asienta su gobierno de no ganadores, sacó de la manga el ridículo As de
pasear al Arcángel por diversos museos de la ciudad (toda una expulsión
encubierta) tras una supuestamente necesaria restauración, tratándonos, como
viene siendo habitual en la inmensa mayoría de los políticos que tenemos la
mala suerte de tener que padecer, como a auténticos gilipollas. Si la señora
Ambrosio tuviese lo que tiene que tener un gobernante, sacaría a San Rafael del
Ayuntamiento porque su presencia chirría con su concepción laicista (que no
laica) de ciudad, ateniéndose a las consecuencias en forma de rebelión en redes
sociales, pérdida de votos en los sectores más centrados de su hipotético
electorado y lógica exigencia de explicación acerca de por qué dedica ni un
segundo de su gestión en semejante memez, con los “gravísimos problemas que arrastra
Córdoba”, esos que iba a arreglar de un plumazo. Pero para eso hay que ser un
político con mayúsculas y no un demagogo sin determinación ni valentía para
hacer las cosas de frente. Por cierto ¿qué fue de la ruta de San Rafael por los museos de la ciudad?.
El buen político mantiene sus
argumentos cuando arroja chinitas desde la oposición y cuando toca gobernar,
sin prometer utopías inalcanzables a sabiendas de que lo son, denominando a las
cosas por su nombre y no pretende lograr la cuadratura del círculo queriendo
jugar a ser el más progre de la clase a este lado del Guadalquivir para después
comerse sus palabras por falta de arrestos o por haber engañado sin paliativos
a sus electores. El cobarde disfrazado de político, insulta a quienes acuden al
palco del estadio donde juega el equipo de la ciudad, haciendo un ejercicio del
más deleznable y repugnante populismo barato, porque el representante de los
ciudadanos debe estar donde corresponde por simple aplicación del protocolo
(como algunos de su presunto espectro, eso sí en otras ciudades, han terminado por comprender al acceder al cargo, que pregunten en Madrid o Barcelona) y se
indigna cuando el máximo responsable del club le pone en su sitio… fuera de ese
palco que tanto rechazo le provoca.. entre aplausos del respetable.
El buen político no amenaza, como hizo en su momento el señor Aumente, a un importante sector de la población a la que dice
representar, con girar una tasa que supone la privatización de facto de un
servicio público y se acojona con el rabo entre las piernas cuando la reacción
de la ciudadanía evidencia la imbecilidad de sus argumentos. ¿Quién paga la
presencia policial en las carreritas que domingo sí, domingo no, paraliza el
tráfico de toda la ciudad? ¿Pensaba suprimir la ingente partida presupuestaria
destinada a la fiesta de fin de año de las Tendillas, que sólo interesa a una
parte de la población? Tras impedir sabe Dios cómo a las cofradías que arrojen
cera a la vía pública (que es de todos y no sólo de unos cuantos y cuyo
mantenimiento soportamos todos con nuestros impuestos, que a veces parece que
sólo pagan algunos) con el infantil argumento de que hay ciudadanos que resbalan
y caen al suelo, ¿suprimirá los peligrosos pasos de cebra o los coches de
Sadeco que con sus inundaciones selectivas de la citada vía pública (eso que
algunos llaman regar) provocan que muchos motoristas demos con nuestros huesos
en la calzada?. Aumente, otra vez, se retractó de sus palabras pero fue incapaz
de dar la cara en el mismo foro en el que sacó los pies del tiesto, sino
que lo hizo a través de una llamada privada, a oscuras, de espaldas a la
ciudadanía, en una evidente falta de respeto a los ciudadanos a los
supuestamente representa. Y por supuesto, quienes debieron hacerlo se abstuvieron de exigirle que se retractase donde debía, en sede municipal o en su caso ante los
medios, así nos luce el pelo a los cofrades.
Los buenos políticos, y no los aficionadillos de tercera, asumen su responsabilidad para materializar en forma de desarrollo programático aquello que prometieron a su electorado y no se esconden, como los representantes de Ganemos, como cobardes detrás del miedo a gobernar para no quedar retratados, en forma de negativa asamblearia, mientras ladran desde la orilla que es lo que la verdadera izquierda debe hacer sin tener el arrojo necesario para hacerlo... y cobran de nuestros impuestos sin hacer nada para merecerlo.
Los buenos políticos, y no los aficionadillos de tercera, asumen su responsabilidad para materializar en forma de desarrollo programático aquello que prometieron a su electorado y no se esconden, como los representantes de Ganemos, como cobardes detrás del miedo a gobernar para no quedar retratados, en forma de negativa asamblearia, mientras ladran desde la orilla que es lo que la verdadera izquierda debe hacer sin tener el arrojo necesario para hacerlo... y cobran de nuestros impuestos sin hacer nada para merecerlo.
Los buenos políticos, en definitiva, cumplen con sus compromisos, toman decisiones, actúan realizando lo que creen más adecuado en beneficio de la ciudadanía y asumen el riesgo de que el pueblo rechace, en su caso, su gestión y le retire el apoyo, por muy reducido que fuese en origen. Los cobardes disfrazados de políticos, insultan, amenazan, advierten y luego reculan, reculan y vuelven a recular… Y el colmo de la mala suerte es vivir en una ciudad donde los primeros brillan por su ausencia y los segundos nos gobiernan…