Carlos Gómez. Hablar de Juan Martínez Cerrillo es hacerlo de una figura trascendental para la Semana Santa de Córdoba, sin cuya existencia la realidad de las cofradías de la ciudad de San Rafael diferiría notablemente de su configuración contemporánea. Su influencia resultó esencial para la revitalización del movimiento cofrade de posguerra dotando de contenido buena parte de las nuevas corporaciones surgidas a raíz del advenimiento de la Paz tras la lucha fratricida. Hermandades como la Paz y Esperanza, Sentencia, Resucitado, Esperanza, Prendimiento o Entrada Triunfal deben a su gubia la devoción desarrollada alrededor de advocaciones hoy en día fundamentales para la Córdoba Cofrade.
Habituados como estamos en tierras de la Mezquita Catedral a menospreciar todo lo nacido y desarrollado en nuestro seno, -habría que ver de lo que hubiésemos sido capaces con el mismísimo Juan de Mesa de no haber desarrollado su genio artístico a la sombra de la Giralda- Cerrillo es la típica figura denostada y menospreciada con una injusticia que emana directamente de la propia idiosincrasia cordobesa que tradicionalmente ha gustado de minimizar lo propio y atacarlo con fiereza de manera inversamente proporcional al ensalzamiento regalado a cualquier cosa que proviene allende nuestras fronteras. El manido asunto de la baja calidad de los materiales empleados en sus obras, asunto directamente relacionado con las carencias propias de la época en que desarrolló la parte más importante de su obra, es una cuestión que en ocasiones pareciera exclusiva del imaginero cordobés y no denominador común en la mayor parte de la obra ejecutada por sus coetáneos.
Nacido en Bujalance en 1910, Juan Martínez Cerrillo fue un artista multidisciplinar. Pintor, guadamecilero, restaurador, imaginero e incluso diseñador, son algunos de los calificativos que pueden acompañar al nombre de uno de los artistas más importantes del siglo XX en Córdoba. Tras una infancia vivida en su localidad natal, donde evidenció sus cualidades para el dibujo, su traslado a Córdoba para que pudiera estudiar, tuvo lugar en 1923, fecha en la que ingresó en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos "Mateo Inurria", sin haber cumplido ni tan siquiera los catorce años que exigía la normativa del centro, merced, en buena medida, a las gestiones de José Lora, amigo y paisano de sus padres y Secretario de la Escuela, donde Martínez Cerrillo estudió cuatro años, cursando enseñanzas de Historia del Arte y Dibujo artístico, además de Composición Decorativa, dos años de Pintura y un año de Modelado.
En la Escuela fue un discípulo aventajado de Vicente Orti Belmonte, Rafael García y Miguel Guijo obteniendo las máximas calificaciones. Simultaneó su formación con el trabajo de operario y aprendiz en el taller de Rafael Díaz Fernández, que se hallaba en la calle Pérez de Castro, cuya labor estuvo enfocada fundamentalmente a la restauración de obras de arte en general y de imágenes antiguas en particular, complementando su trabajo con la impartición de clases de Dibujo en el colegio Cervantes, cuya sede se encontraba en aquellos tiempos en el palacete de la calle Conde de Torres Cabrera.
Continuó desarrollando su trabajo en el taller de Díaz Fernández, donde permaneció dieciséis años, hasta 1936, y se familiarizó con el oficio de imaginero, conociendo a fondo la imaginería barroca y las técnicas empleadas en las mismas, especialmente la policromía, necesaria para poder llevar a cabo las el oficio de restaurador que se había convertido en la parte central de su trabajo. La influencia de Díaz Fernandez en el desarrollo de sus labores de restauración y en el aprendizaje de la técnica de la policromía, le dio la opción de trabajar junto a maestros como Fernández Andes, autor de Nuestro Padre Jesús de la Salud y Nuestra Señora de las Angustias, titulares de la Hermandad de los Gitanos, y Juan de Ávalos.
Cerrillo compaginaba su labor de restaurador con la su vocación de pintor. Buena muestra de ello fue el concurso juvenil convocado por el Ayuntamiento de Córdoba, dotado con un premio de quinientas pesetas, en el que participó en el mismo como paisajista, alzándose con el primer premio consistente en una importante compensación económica que utilizó, entre otras cosas, para poder visitar Sevilla y conocer su Jueves Santo y su Madrugá, lo que le impactó notablemente potenciando su vocación de imaginero alimentada con nuevos viajes a la ciudad de la Giralda. A resultas de ello, talló su primera imagen, una Virgen de pequeño tamaño para su madre a la que siguió otra más para unos amigos.
Estas dos imágenes supusieron su puesta en escena y que su nombre comenzase a circular en los ámbitos artísticos de la ciudad, de tal modo que una Orden Hospitalaria que se estaba organizando en Córdoba y deseaba tener algunas imágenes pasionistas en su capilla, encargó al joven Martínez Cerrillo las imágenes de un Nazareno y una Dolorosa, imágenes de vestir y mediano tamaño que se trasladaron posteriormente a la capilla del Sanatorio de San José, en Málaga. Aquello supuso un hito fundamental para la obra de Martínez Cerrillo y su devenir futuro, enfocando su trabajo a la imaginería, que desarrolló con gran intensidad durante la posguerra, cuando hubo que recuperar o sustituir las imágenes que se habían destruido durante la contienda, a lo que había que añadir la fundación de nuevas Cofradías que fueron cuajando en la ciudad.
En 1936 abandonó el taller de su maestro y se instaló por su cuenta en la casa taller situada junto a la Iglesia del Juramento, donde desarrolló la mayor parte de su obra, Nuestra Señora de la Paz y la Esperanza (1939), Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia (1944), Nuestro Padre Jesús de la Sentencia (1944), María Santísima Reina de Nuestra Alegría (1944), María Santísima de la Esperanza (1947), Nuestro Padre Jesús de Las Penas (1954), Nuestra Señora de la Piedad (1958) y Nuestro Padre Jesús a su Entrada Triunfal en Jerusalén (1963). Imágenes que derivan todas ellas de una visión muy particular de concebir a la imagen devocional al dotarlas de una dulzura en sus formas y expresiones, y una concepción extremadamente juvenil en sus dolorosas, que convierten su obra en singular, antes de que el Concilio Vaticano II viniera a suavizar a un catolicismo mucho más rígido que el que ha llegado a nuestros días.
Una labor primordial complementada por la innegable influencia que, desde el punto de vista artístico, ejerció en cofradías como la Paz o la Esperanza, hermandades de cuyas Juntas de Gobierno formó parte ejerciendo un impacto decisivo en la configuración de sus cortejos –incluso en sus pasos- y en buena parte de las insignias que los compusieron, algunas de las cuales todavía hoy ven la luz cada primavera.
La obra de Martínez Cerrillo, que supera las sesenta imágenes marianas y casi cuarenta de Cristo, se halla repartida por el resto de la provincia por diversos puntos de España y países como Bélgica, Argentina, Venezuela y Panamá. Falleció en Córdoba en 1989. Un año después, a título póstumo, la Agrupación de Cofradías le concedió el título de Cofrade Ejemplar por su labor en la revitalización de la Semana Santa cordobesa. El Ayuntamiento de la ciudad le concedió en 1997 el nombre de la calle Escultor Juan Martínez Cerrillo. No obstante, para quienes tuvimos la suerte de conocerlo en persona y ser testigos de su infinita humildad, aún nos invade la extraña sensación de que su labor no está suficientemente valorada entre los suyos, como lamentablemente suele ocurrir con tantos y tantos cordobeses, al tiempo que albergamos la secreta esperanza de que algún día la Córdoba Cofrade imparta justicia con uno de los imagineros más importantes de su historia.
Fotos Gente de Paz, Costaleros del Calvario, Córdoba Cofradiera y Patio Cordobés