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miércoles, 11 de enero de 2017

Cuando la Amargura brilló el Jueves Santo


Adrián Martín. Como todo a lo largo de la vida, las Hermandades y Cofradías de la Semana Santa han evolucionado con el devenir de los tiempos. De hecho, la revolución artística marcada a finales del siglo XIX y el siglo XX, tanto en imaginería como en la estética en bordados de pasos o cuerpo de nazarenos, fue acompañada del tipo de actuación de las corporaciones en caso de que las inclemencias metereológicas impidieran realizar su salida procesional en su día. No hace muchas décadas cuando las cofradías que no podían salir en su día u hora, cambiaban el día de salida, siendo los más utilizados los días que menos cofradías tenían, como lunes, martes y miércoles.

Un ejemplo fue ver a la Amargura un Jueves Santo en el año 1945, algo que hoy, sin duda, sería algo impensable dada la rigidez de las normas que actualmente se tiene en la Semana Santa. La tecnología de entonces para la predicción metereológicas no eran, evidentemente, tal y como los tenemos hoy. En aquel entonces, el Viernes de Dolores aseguraban que el Domingo de Ramos de aquel 1945 no sería la mejor para realizar la Estación de Penitencia. Ese mismo día, en Junta de oficiales, la Hermandad solicitó la autorización eclesiástica pertinente para poder realizar su salida si el Domingo de Ramos lloviera el Jueves Santo. Además, las reglas de la corporación de San Juan de la Palma incluía que, de no poder realizar su salida el Domingo, hacerla el día del Amor Fraterno, es decir, el Jueves Santo.

Durante el aquel fin de semana las lluvias no cesaron, amaneciendo lluvioso aquel Domingo de Ramos. La procesión de Palmas de la SIC Catedral se celebró por las naves de la misma, pese a esta situación, las hermandades de la Paz, la Cena y la Hiniesta decidieron realizar su salida, viéndose sorprendidas por un repentino chaparrón a primeras horas de la tarde. En San Juan de la Palma ni se desmontó el altar de insignias, y la corporación comenzó pronto a preparar su salida para el Jueves Santo. El Miércoles Santo, apareció una nota de prensa por la que se convocaba a sus nazarenos para que se presentaran en el templo para procesionar al día siguiente. Se aseguraba, además, contar con la autorización del Vicario general del Arzobispado.

Aquel 29 de marzo de 1945, Jueves Santo, de forma histórica la cruz de guía con cantoneras de plata era erguida al cielo sevillano por un nazareno blanco a las 9:30 de la mañana. A esa hora terminaban de celebrarse los oficios en la Catedral (por entonces se celebraban por la mañana). Y cuando el Santísimo se colocaba en el Monumento se instalaba en el primer templo de la Archidiócesis, la cofradía de la Amargura ya se encontraba camino de la Catedral.

La prensa de la época relataban que «desde primeras horas de la mañana ya se hallaba la Plaza de San Juan de la Palma abarrotada de público». Los periódicos también recogen que en la carrera oficial fue poco el público que estuvo presente ante el cortejo de los de San Juan de la Palma. Las tempranas horas y la coincidencia con la celebración de los oficios en numerosas parroquias son las justificaciones que los cronistas de la época dan a este hecho. También relatan que a la altura del Círculo Mercantil se incorporó al cortejo el entonces ministro de la guerra, el teniente general Carlos Asencio Cabanillas y con él una compañía de Infantería que tras el paso de palio de la Virgen rendía honores militares. En torno al mediodía la cofradía llegaba a la Catedral se paraban ante el Monumento.

Poco después se iniciaba la vuelta del cortejo a San Juan de la Palma, a donde llegaría en torno a las 14.30h. De aquel día histórico, con la cofradía a plena luz del día, quedan numerosos testimonios gráficos. El palio de la Amargura en 1945 ya es prácticamente igual al que está hoy día, salvo por su corona, pues faltaban nueve años para que Cayetano González labrara la que se le impondría en la Coronación Canónica de 1954.

Digno de mención es el trabajo que realizaran los costaleros de Rafael Franco que después, de la Amargura y casi sin parar, procesionarían con los pasos de Montesión, el Gran Poder y San Isidoro (situación impensable en la actualidad). Uno de los periódicos de la época calificó aquella estación de penitencia como "una blanca oración de penitencia ante la blancura infinita del pan candeal en que se nos dio a comer el propio Dios".

Fotos Archivo de ABCdeSevilla


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