Un día enclaustré mi hábito nazareno para vestir faja y costal de penitencia. Sentí que me llamabas en la penumbra de Capuchinos; a mí que siempre poblé tu orilla en silencio lejos de las luces y el gentío. De repente, sin haberlo pretendido, un sueño casi adolescente inundó mi corazón y me abracé a tu trabajadera, para compartir con mis hermanos el mayor de los regalos que pudiste darme, y ser uno más de los humildes granos de arena que configuran la playa de los que te rezan caminando. Jamás me sentí más cerca del Cielo que cuando tu paso se levantaba al tercer golpe de martillo y tu Divina Majestad inundaba al mundo entero con tu maravillosa gloria.
Pero nada es eterno salvo Tú... lentamente el río de mis emociones cansadas se fue quedando huérfano, hasta consumirse completamente... y se marchitaron mis deseos de trabajar con los míos, fluyendo en mis entrañas la fuerza de tu esencia y el calor de tu grandeza... y decidí no habitar bajo tus andas ni ser de los que te acompañan por las esquinas de la devoción del universo...
Y no volví a preparar mi ropa, ni a calzar mis zapatillas, ni a ceñirme el costal... y mi faja quedó dormida en un rincón del baúl de mis recuerdos... soñando un nuevo sol, una nueva ilusión y una nueva primavera... preñada de Humildad como ayer...
Cuando salgas a la calle
no seré tu cirineo.
Lo encuentro todo diferente,
no siento nada en tu corriente,
mi anhelo se ha dormido...
y ya no brota tu simiente,
tu rumbo he perdido.
Cuando te observo cara a cara,
no queda brillo en mi mirada
ni se lo que contarte...
ya no me brotan las palabras
cuando quiero hablarte.
En mi altar de cabecera
ya no tengo tu medalla.
El aire me huele a batalla,
hirió el rencor como una daga
mi alma capuchina,
y en mares de hastío naufraga
mi herencia vencida.
Desde que el niño se hizo hombre
Tú me llamabas por mi nombre
entre mis pensamientos.
Mi corazón hoy se corrompe
lejos de tu huerto.
Truenos de mil tempestades
eclipsaron mis recuerdos.
El cielo de gris se ha teñido,
carece de todo sentido
fajarme en tus orillas;
de qué me sirve hacer camino
si el faro no brilla.
Si me creyese costalero,
por un aplauso y un costero
debajo seguiría,
anclado al palo de un velero
de orgullo y mentira.
El cáliz de mi condena
apuré calladamente.
Si Tú quisieras preguntarme
apenas sabría explicarte
qué causa mis lamentos,
si es tanta guerra la culpable
o son mis adentros.
Que el tiempo que todo lo cura
destierre llanto y dictadura
que bañan tu bahía,
y el sol preñe la sima oscura
de tu lejanía.
Guardado está mi costal
en el arcón del recuerdo
negándose a regresar,
malditos sean los vientos
que me alejan tu Humildad.
Guillermo Rodríguez
13 de Septiembre de 2013
21:20
... dedicado a mis hermanos de trabajadera, que tanto compartieron conmigo estos años que siempre habitarán el jardín de la memoria.
Recordatorio Bajo tus trabajaderas