Ya estamos a Miércoles Santo, ecuador de nuestra Semana, y por más que intento concienciarme y disfrutar de lo que queda, aún sigo anclada al recuerdo de mi Domingo de Ramos.
Y es que veo una rosa y me refugio en las jarras de mi Candelaria, un calvario de flores burdeos y regreso a mi andadura tras el Amarrado, y como no podía ser de otra manera, ayer salió otro olivo, y perdónenme pero el roce del olivo hortelano en el dintel de la puerta de San Francisco es uno de los momento más mágicos que he vivido. A contraluz desde dentro de la iglesia, observaba como rama por rama le iban ganando la batalla al arco que se resistía al paso de las mismas. Y así, “más poco a poco”, sentí un cálido abrazo de aplausos, eran muchas personas las que nos arropaban ese día.
Fui feliz, por más que me emocioné al hablar con Él momentos previos a la salida, por más que traté de aguantar las lágrimas, por más cansada que me encontrase, fui feliz. Ese momento ya no me lo quitará nadie nunca. Me sentí en el corazón de mi Hermandad, en el epicentro, un eje, un núcleo.
Tomé cuenta de muchos detalles aquel día, como por ejemplo, en la mañana de ese bendito Domingo de Ramos, vi al Señor de los Reyes en su Entrada Triunfal a su paso por San Andrés con mi hermano, no podría haber encontrado compañía mejor, y aunque así hubiera sido, no la habría querido. Cuando pasaron algunos costaleros por delante de nosotros, un amigo de mi Kiko, dijo: “los sigo mirando con admiración, como cuando tenía cinco años, aunque ya sea uno de ellos”, aquella mañana él estaba lejos de ser un hombre, me llenó su rotunda afirmación. Hay tradiciones que no cambian nunca, y es que para un buen cofrade no se va vestido de domingo, sino que se va de Domingo de Ramos, cada loco con su tema, pero bendita locura cofradiera.
Me quedo con la subida de San Fernando de la mano de mi madre, con el abrazo de mi padre una vez estuvo mi Candelaria en el interior de nuestra iglesia, con los gestos de cariño, las sonrisas y todos los cumplidos que personas importantes en mi vida me iban regalando.
Me basta con el “¡qué guapa, prima!” de mis chiquitinas, con la sutileza con la que mi tía echaba el agua en el vaso para aliviar mi sed, con la delicadeza con la que mi abuela me explicaba cómo llevar la mantilla.
Me refugio en mi grupo joven que repartido por toda la cofradía iba cumpliendo su cometido, acompañar a sus titulares y hacer de ella lo que es, Hermandad.
A Paco Pérez Cantillo… Gracias por regalarnos tus palabras, tu aliento y tus lágrimas en los momentos previos a la salida. Gracias por dar a conocer la labor de los anónimos. Gracias por entregarte a esta hermandad en estos cuatro últimos años. Por cada sonrisa, un mundo.
A ustedes, mis promesas, por más obstáculos que me encontré en mi Domingo de ensueño, tuve que pelear hasta el final. Mi parte del trato ha sido cumplida con éxito, ahora solamente queda que tras haberos encomendado a Él, seáis capaces de ganarle a todas las dificultades que la vida os presenta. Por cada victoria, un mundo.
A ti, Rafael Bracero Fuentes, que este año después de muchos, a pesar de tu corta edad, ves las cofradías de nuestra Semana Mayor de forma distinta, y se me hace raro no encontrarte levantando la cabeza para poder ver bajo el costal, y se me hace extraño no cogerte por la cintura y sentir tu faja, se me hace atípico no verte con mi hermano, como siempre… A ti, que viviste por unas horas en las trabajaderas de la Madre de Dios. A ti, que yacías bajo el palio candelario, un burdeos que abrazaba y sosegaba tu dolor, era la mecía de su palio la que te hizo aguantar un par de manos más… Era Ella. Por cada paso, un mundo.