Cuando
pienso en el Martes Santo mi imaginación me traslada a una época, ya lejana, en
la que los días discurrían con la lentitud y la prisa propias de la infancia.
Mañanas de vacaciones escolares con olor a calas recién cortadas, listas para
encañar en las jarras del palio de Nuestra Señora de la Piedad. Mañanas de
juego en las que mi amigo Manolo Martínez Cerrillo y yo, muy temprano, nos
dirigíamos a los Salesianos para “ayudar” en los últimos toques del montaje de
los pasos de la cofradía a la que pertenecía mi padre desde su fundación. Todo
eran prisas en medio de un caos controlado por la sapiencia de los más
antiguos, mientras que nosotros, absortos en nuestros juegos entremezclados con
el ir y venir, con el llevar y traer de candelabros, manojos de flores, cirios
y demás elementos del guión procesional, siempre acabábamos subidos a lomos del
corcel impregnado de brillantina que, a la postre, se había convertido en el
santo y seña de la corporación: la hermandad del caballo.
Muy
distinta es la jornada del Martes Santo en los tiempos que corren. Ya no son
dos hermandades las que realizan estación de penitencia en la tarde noche que,
durante años, significó la hermana pobre de la Semana Santa cordobesa. Cuatro
hermandades se han incorporado a la nómina del día desde aquellos lejanos años
de principios de la década de los sesenta del pasado siglo.
Sin
ir más lejos, este año ha tenido lugar su más reciente incorporación y que
viene a incorporar un punto de silencio a una jornada marcada por el sonido de
las cornetas y los tambores: la hermandad Universitaria, severa, austera,
silenciosa, presidida por ese Cristo Sindónico de dramático realismo barroco,
acompañado por su Santa Madre de la Presentación. Aires medievales de
inconfundible sabor castellano entremezclados con el barroquismo propio de la
Semana Santa andaluza.
Después
de tres años en los que la lluvia se ha enseñoreado en la tarde noche que,
durante más de un cuarto de siglo, batió récord de permanencia en la calle,
este año se ha podido comprobar que la Catedral es posible, un día más, aunque
sea con una sola puerta, siempre que haya buena voluntad: Agonía,
Universitaria, Sangre, Buen Suceso, Santa Faz y Prendimiento, por este orden,
pasaron ante el santo árbol de la Cruz instalado en la que fuera sede de
Osio. De nuevo, el Patio de los Naranjos
de la Santa Iglesia Catedral se ha transformado en un trozo de cielo venido a
la tierra, donde se han entremezclado los aromas a inciensos venidos desde el
lejano Oriente, con el azahar propio del árbol más cofrade que pueda existir en
el mundo. De nuevo, los cortejos penitenciales han inundado las calles de la
judería cordobesa con sus capirotes elevándose al cielo a modo de oraciones
impetrando Dios sabe qué, o agradeciendo favores incontables y muchas veces
inconfesables. De nuevo la saeta ha rasgado el aire de calles como Deanes,
Conde y Luque o Cardenal González, lanzando sus oraciones sonoras rotas por el
quejío lastimero a la vez que de consuelo. De nuevo, la Ronda de Isasa se ha
convertido en improvisado ensayo para una futura carrera oficial nucleada en
torno al primer templo de nuestra Diócesis, y teniendo la puerta del puente
como escenografía sin paragón, dispuesta a recibir a las cofradías en un futuro
que, esperamos, llegue muy pronto.
En
fin, una tarde noche para guardar en la retina de cuantos amamos la Semana
Santa, por cuanto puede ser la última en su configuración actual y antesala de
otra que se presenta plena de sentido: realizar estación de penitencia en la
Santa Iglesia Catedral.
Francisco
Román Morales