A ti,
que me hiciste tan así.
Sobre la campiña se deshacía el
primer haz de luz. Y, casi, puedo acariciar el primer recuerdo. Aun hoy recito
de memoria los versos de Vicente Núñez. Aun hoy los terrones bajo las vides se
deshacen a la hora de la siesta. Aun el patio es azul y las ventanas se abren a
la mañana. Aun deseo tener diez años y querer creer que nada ha pasado, que
todo permanece intacto.
Ya nada de lo que pasó importa, más
que el recuerdo de cada noche, de cada día que no tuvimos. De los silencios o
las excusas. De cada Viernes Santo por la mañana cuando el mundo era un
horizonte de posibilidades.
Ya a nada ni nadie importa. Y, lo
siento querido lector, salvo a nosotros dos y ya, seguramente, solo a mí.
Es hora de volver. De insuflar
aire y tomar fuerzas renovadas. Es la hora que siempre temí, en la que empiezas
a estar solo del todo. La hora de mirar al mundo y apretar los dientes.
A esta hora ya sabrás la repuesta
a mi pregunta, pero no volverás con la solución que sigo necesitando. Pero,
¿sabes? Ya estoy preparado, o algo más dispuesto, para cuando llegue.
Mientras tanto seguiré esperando
mi amanecer en la campiña. El olor a almazara. El escalofrío más inocente. Te
seguiré esperando a ti, que me traspasen esos ojos azules infinitos cuando la mañana
ya no es mañana porque es Viernes Santo y nos alcanza el Nazareno. Te seguiré
pidiendo perdón, pero solo a ti porque los demás nunca lo merecerán. Y me
sentiré como aquel niño en un banco solitario, donde nadie nos juzgue ni nos
haga daño.
Empezaremos de nuevo y la
respuesta será otra. Será lo mejor, lo más puro, los recuerdos de aquellos
días, el principio. Lo que nadie espera.
Blas Jesús Muñoz