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domingo, 1 de junio de 2014

Hace 50 años, igual que hoy, Macarena siempre


Entre dos Pontificados Papales, el del hoy santo Juan XIII y Pablo VI, que será beatificado en octubre, se gestó la realidad y se celebró la coronación canónica de la Esperanza Macarena. Habían pasado años para que se cumpliera el anhelo del reconocimiento oficial, pero, en diciembre de 1962 empezaron a cuajar cuando la Hermandad elevó la solicitud a la Santa Sede.

Fue el paso definitivo para que el tiempo se precipitara hacia la coronación oficial de la Macarena con la misma presea enriquecida que diseñara por Juan Manuel Rodríguez Ojeda, con la que la coronaron los macarenos y Sevilla entera el 14 de marzo de 1913, con las manos del canónigo y escritor Juan Francisco Muñoz y Pabón, en presencia del cardenal Amaraz, que la había bendecido. La misma corona que la Hermandad entregó al bando nacional en octubre 1936 y que, gracias al pueblo que arrancó de sus miserias su peso en oro, volvió a recuperar en febrero de 1937. 


En el momento en que partió hacia Roma este deseo, la maquinaria para los fastos se puso en marcha. Se encargó el diseño del manto al orfebre Fernando Marmolejo Camargo -que también crearía la diadema para el traslado a la Catedral-, con el código ornamental de los enseres de la Virgen, un jardín de tallos en el que se entrelazan la rosa, el clavel, el jazmín, el nardo y la azucena, y en el centro el símbolo de la Realeza de María, que bordaría el taller de Esperanza Elena Caro con hilos de oro fino y sedas de colores. Un manto barroco en el que estuvieron trabajando hasta la madrugada del mismo 31 de mayo de 1964 y al que le faltaron los picos laterales. Como curiosidad, el manto fue llevado a la Catedral esa madrugada en un momento que escampó en la baca de un taxi conducido por Carlos Díaz, en el que iban Juan Manuel Elena Martín, Domingo Bellido Vázquez, José Caballero y Juan Carrero Rodríguez.

El 17 de febrero de 1963 el Papa Juan XIII -que murió el 3 de junio de ese año- concedió la Cororación en un Breve Pontificio que hoy figura en lugar de honor en su espléndido camarín. El 14 de marzo, el cardenal José María Bueno Monreal envió una carta al hermano mayor, Ricardo Zubiría, en la que le informaba de la aprobación de Roma. En la misiva explicaba que monseñor Pedro Altabella, canónigo de San Pedro, había mandado una misiva en la que recogía que el 16 de ese mes se recibieron los «tres preciosos volúmenes» con la petición y que el 17 fueron presentados a Capítulo y unánimente aprobada.

Las comisiónes de trabajo se crearon en un año que corría hacia el cumplimiento de los deseos de toda Sevilla.  Alfonso Grosso anunciaría la coronación en un cartel y Antonio Rodríguez Buzón daría el pregón el 15 de diciembre en el teatro San Fernando, estrenándose la marcha «Pasa la Macarena» de Pedro Gámez. Y 1964 fue otro año netamente Macareno que trascendió las fronteras de Sevilla. Se emitieron 7 millones de sellos de una peseta con una fotografía de la Virgen, de Juan Velasco «Hareton»; el maestro Pedro Braña, director de la Banda Municipal, le dedicó la marcha «Coronación de la Macarena», y en la misma capital de España, el alcalde de Sevilla y catedrático José Hernández Díaz, padrino de la coronación en nombre de la ciudad, prioste de honor y asesor artístico de la Hermandad, pronunciaría una exaltación de la Macarena en el teatro Goya, ilustrada con diapositivas.  Por aquellas fechas, el Ayuntamiento de Morón de la Frontera nombró a la Macarena alcaldesa perpetua. 



El día 24 de mayo ya estaba la Virgen en su paso, con el manto de tisú de Juan Manuel de 1930 y la diadema de plata sobredorada, que interpretaba la ráfaga de la de oro. Y el 27 el palio partió hacia la Seo, a donde llegaría cinco horas después, con los costaleros de la cuadrilla de Rafael Franco Rojas y a los sones de las cornetas y tambores del Escuadrón de la Policía a caballo, la Centuria y la Banda de la División Guzmán el Bueno por calles engalanadas con banderas y gallardetes. «Desde un lucero cercano/ se me figura sentir,/ que dice un rey gitano:/ ¡Quién estuviera en San Gil», cantó una jovencísima Rocío Jurado la saeta que le susurró Rafael de León al paso de la Virgen: «Con tu corona y tu pena/ qué guapa vas, Madre mía»...

En la mañana del 28 de mayo, festividad del Corpus Christi, amaneció la Macarena con el manto celeste, sobre la peana de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, en el altar de plata levantado con piezas catedralicias delante de la puerta de la Concepción, para el triduo preparatorio de la coronación y durante los tres días bailaron los seises en cultos que llenaron la Catedral de fieles. El 29 el Gobierno concedió a la Virgen honores militares de capitán general, de forma que una compañía con bandera, escuadra y música del Soria 9 formaría en la Plaza de España y daría escolta al paso. Un gran tablero a modo de altar esperaba a la Macarena, en la Plaza de España, adornada por técnicos enviados por el Ministerio de Información y Turismo, y luciendo banderas pontificias, españolas y de países iberoamericanos, con toda una gran infraestructura para acoger a los asistentes, incluido un templete en el que se instaló la sillería para Franco y su esposa y el cardenal arzobispo, para la misa estacional, que iba a ser retrasmitida por Televisión Española con tres cámaras. 

La lluvia persistente de la madrugada del 31 no alejaba a los primeros grupos de personas alrededor de la Catedral, que abrió las puertas antes de las seis, hora en la que ya se pensó en que la Virgen no podría salir hacia la Plaza de España y finalmente, fue aplazada la coronación hasta la tarde y en la propia Seo. La modificación del magno programa, que se acometió con celeridad y efectividad. E improvisando sobre la marcha. Veinticinco años después, el desaparecido canónigo Francisco Gil Delgado publicaba en ABC de Sevilla un artículo en el que contaba todos los entresijos de aquel día. «El problema -escribió- era Franco... ¿cómo se podía arbitrar un nuevo sistema de seguridad para el jefe del Estado?». Y otro problema era el protocolo. El primero se solventó no sin alguna anécdota que da cuenta del carácter y determinación del canónigo, al que es fácil imaginar controlando a la pareja de policías de paisano que «miraba cada tubo, cada trozo de madera, cada alfombra...» Gil Delgado mandó llevar los mejores cojines de la casa, con bordados del siglo XV, para ponerlos sobre los reclinatorios de Franco y señora: «Alguien insinuó que habría que pincharlos para cerciorarse de los que tenían dentro. Les dije que allí no se pinchaba nada, que todavía estaban a tiempo de traer lo que quisieran desde el Pardo en un avión. No se pincharon los cojines».

Otro problema giró alrededor del protocolo, y se presentó cuando Doña Esperanza de Borbón anunció esa misma mañana que asistiría al acto en aquellos tiempos en los que pocos se declaraban monárquicos y aún faltaban cinco años para que el dictador nombrara su heredero a Don Juan Carlos. La vinculación real no servía, así que el canónigo apeló a las especiales vinculaciones de la Catedral con los descendientes de la Infanta María Luisa, de la que la recordada Doña Esperanza era bisnieta y tenía derecho a asiento en coro. 

Del día 31, prácticamente toda Sevilla ha recordado o conocido los detalles estos días de aniversario en 2014, la carta enviada por Pablo VI, la música de la misa de la coronación de Mozart, cómo impuso Bueno Monreal la corona, cuya colocación tuvo que rectificar el vestidor de la Virgen, Pepe Garduño; los sentimientos de la jovencísima comadrina junto a Hernández Díaz, Inmaculada Rodríguez Guzmán, por delegación de las Hermanas de la Cruz, que perdieron ese mayo a la Madre General, Sor Marciala de la Cruz.

Son preciosos recuerdos de amor, que envuelven el baile de los Seises en la coronación, con canto de las «Coplillas de la Macarena», de Rodríguez Buzón -que se quedó fuera de la Seo- y música de Evaristo García; los miles y miles de fieles que, igual que estos días, acudieron junto a la Virgen. Siete días estuvo la Esperanza Macarena en la Catedral. Hasta el 3 de junio, en que volvió a su templo. Siete días: «Te fuiste por cuatro dias/ y tardas siete en volver/ Madre mía Macarena/ !No nos lo vuelvas a hacer!», le lanzó en una saeta Marta Serrano, con la confianza y la autoridad de vecina de la calle Parras. Volvió la Niña de San Gil a su barrio en un recorrido triunfal que duró casi nueve horas, en el que, ayer igual que hoy, Sevilla como una sola devoción, estuvo con Ella.




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