Una vez más me apoyo en mi admirado Papa Francisco para ilustrar el
artículo de hoy. A continuación cito unas palabras que recientemente dirigió a
los sacerdotes, religiosos y seminaristas de Don Bosco de una localidad de
Bolivia, haciendo referencia a cierto tipo de presbíteros. “Han hecho de la
identidad una cuestión de superioridad. Esa identidad que es pertenencia se
hace superior, ya no son pastores sino capataces. Yo llegué hasta acá, ponte en
tu sitio. Escuchan pero no oyen, ven pero no miran”. También me gustaría que vieran el minuto
11:10 de este vídeo, cuando el Papa Francisco se refiere a los curas y obispos del dedito así
-haciendo el gesto de regañina- .
Tan elocuente como mordaz, el máximo dirigente de la Iglesia vuelve a
decir una verdad incómoda, un problema de Ella misma reflejado, en este caso,
en muchos sacerdotes. Pero que se contagia a otros ámbitos como pueden ser las
Hermandades.
Verán, dejando claro que no soy nadie para dar clases de Teología, o más
bien de Pedagogía Teológica, he de posicionarme radicamente de lado del Papa.
Puede que no sepa cómo han de aprender a dirigirse a sus ovejas los pastores,
pero alguna noción tengo de pedagogía y de cómo interactuar con un público que
en muchas ocasiones actúa como oyente pasivo. Hay algo que aprendí en
Psicología, que se denomina Efecto Pigmalión, o Profecía del Autocumplimiento.
Creo que alguna vez he hablado de ello en Gente de Paz. Consiste, como su
propio nombre dice, en que si uno piensa que determinado alumno, en este caso,
no va a aprobar tu asignatura, es muy probable que al final del curso el alumno
tenga un suspenso de calificación. ¿Cómo es el camino que hay entre la expectativa
que uno se crea sobre otra persona y el resultado final? No se piensen que el
maestro le pone la calificación de suspenso al final por gusto, sino porque
realmente es la que, objetivamente, ha de ser. Se traduce en actitudes a lo
largo del tiempo. No prestarle suficiente atención a ese alumno porque uno
piensa que va a ser para nada, no darle la oportunidad de participar en clase,
o las regañinas recurrentes, llegando a verbalizarse la profecía que uno mismo
se ha formado de que no va a aprobar. ¿Resultado a corto plazo? La moral del
estudiante se va minando poco a poco, como roca erosionada por el mar, hasta
que el autoestima disminuye a unos niveles que, verdaderamente, le impiden
estudiar con la confianza necesaria para aprobar.
Todo este rollo que he soltado es perfectamente aplicable a lo que hacen
algunos sacerdotes y algunas juntas de gobierno de Hermandades. Homilías
destinadas íntegramente a señalar con el dedo a todo aquel que se acerca a la
Iglesia para escuchar la Palabra, desprendiendo un olorcillo irremediable a
regañinas que hacen sentirse culpable al oyente, en este caso la feligresía.
Discursos por lo general recurrentes, dejando a las claras la inmundicia del
oyente y la, en muchos casos, aparente superioridad moral del hablante. Falta
de tacto a raudales, ya que es habitual que cuando una homilía de estas
características finaliza, el feligrés/feligresa de turno se siente mal consigo
mismo, desmotivado a participar en posteriores ocasiones de la Eucaristía. No
se piensen que me invento lo que les digo, sé de casos de personas que llevaban
largos períodos sin asistir a Misa y que, una vez se deciden a ir y se topan
con un pastor que se dedica a darle bastonazos dialécticos a sus ovejas,
pierden la ilusión por escuchar la Palabra y participar del Sacramento de la
Eucaristía. La consecuencia es clara: vuelven a alejarse de la Iglesia, quizá
de forma definitiva. Son sacerdotes que parecen querer instaurar filtros en las
puertas y ventanas de sus parroquias, dejando pasar a los ¿puros? Y poniéndole
trabas al pecador, al que asiste pocas veces a Misa, al homosexual, a las
ovejas no que son negras, sino que no son blancas como el marfil.
Es triste que las parroquias tengan cada vez más bancos libres, pero lo
es más si cabe que este hecho esté motivado por los propios pastores. Parecen
prestar poca atención al proceder de Jesús con todo aquel que no era
considerado puro por la sociedad de aquella época. Se acercaba a ellos, les
besaba, les perdonaba los pecados con una sonrisa, les invitaba a comer… Cierto
es que alguno de estos párrocos pueda decir, y con razón, que hay que hacer ver
a la feligresía las actitudes que están mal, y que todo no puede ser color de
rosas. Es totalmente cierto, pero yo no estoy hablando de ello. ¡Faltaría más!
Quien me lee asiduamente sabrá que no me caracterizo precisamente por ir
repartiendo caramelos para todos los cofrades, sino que soy “cañero” en ese
sentido y me gusta decir las que son mis verdades incómodas. Pero yo no he
accedido al Sacramento del Orden Sacerdotal, y además siempre trato de señalar
los aspectos positivos o soluciones en cualquier cuestión que trato.
No se trata de dar homilías dulces y políticamente correctas, sin señalar
las actitudes que se alejan de la Iglesia. Se trata, en mi humilde y probablemente
equivocada opinión, de hablar con cariño y naturalidad del pecado, haciendo ver
que hay caminos para alejarse de él y volver a la senda de Dios. Elogiar
también lo positivo, valorar la asistencia de quien acude a Eucaristía, sea
asiduo o no, sin reproches y sin mirar la matrícula de cada uno.
El artículo está quedando demasiado desnivelado hacia el lado sacerdotal,
y no pretendía que fuera así. Esto que comento también sucede en las
Hermandades. Hay una tendencia a señalar sólo lo negativo de cada uno de los
miembros: componentes de Junta de Gobierno, Grupo Joven, cuadrillas, capataces…
Pero en contadas ocasiones se destaca todo lo bueno que hace cada uno de ellos.
La experiencia me dice que decir unas palabras de agradecimiento o simplemente
felicitar por el trabajo bien hecho surten un efecto mucho más positivo que las
regañinas recurrentes. En resumidas cuentas, y dejo ya de darle vueltas al
tema, construir sobre lo que ya hay en lugar de destruir lo que hay para
construir después. Nadie es perfecto, nadie. Ni los obispos, sacerdotes, ni
siquiera el Papa, ni las Juntas de Gobierno, Hermanos Mayores… Todo lo que es o
al menos huele a regañina… termina alejando.
José Barea
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