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domingo, 9 de agosto de 2015

El cáliz de Claudio: Todo lo que sabes


Bien sabes que cada vez que te escribo el camino está en su final oscuro -o su principio gris- y que siempre mantengo viva la esperanza del amanecer en miles de plazas, que no son San Lorenzo, pero que bien podrían serlo porque en todas las que me aguardan en este mundo de charcos y arena, son la tuya mil veces repetida. Sabes que ya no es necesario que te explique los motivos, pues los tengo a todos ante mí, mientras te escribo, te rezo y te amo.

Es un don que nos fue dado, una pretensión limpia como un amanecer de sol nuclear en la mitad justa del invierno, cuando sabes que el calor volverá porque sólo tú lo irradias. Sabes que esto no es un compendio literario ni palabras bonitas con que adularte. Es un desgarro, una llamada temerosa en busca del Padre, el mismo al que le rezo o el mismo que volvía a casa aquellos viernes de la infancia.

Nada y todo ha cambiado desde entonces. Se puede adorar, rezar, querer de la misma manera. Al hombre y a lo sagrado. Se pueden descubrir mundos sutiles en un instante efímero. Los días pueden llamar a nuestra ventana con su impacto cotidiano y no dejar de ser lo que son, por más que no queramos verlo. Y pasar la vida con los ojos cerrados al horizonte, al pasado que nos hizo ser, al presente que nos incita.

Pueden llamarte de mil maneras. Despreciarte con la codicia del ignorante y pretender que la palabra muñeco insulte a alguien que no sea al que la pronuncia. Pueden caminar los tiempos deprisa, pero el tuyo es corto, certero, y no conoce de más tiempo que el de la vida que nos debemos. No te sustraes al tiempo porque eres el tiempo. No te llamo por tu nombre, porque tu nombre es solo tuyo, Señor.


Blas Jesús Muñoz










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