Blas Jesús Muñoz. El 6 de agosto de 1945 la barbarie humana alcanzaba una de sus cotas más altas de incomprensión, locura y terror. Sobre Hiroshima caía el primer bombardeo atómico que, tras días más tarde, encontraría su terrible réplica en Nagasaki para dar cuenta de la barbaridad más absoluta.
Era el epílogo terrible de una guerra mundial que, apenas unos años antes, había tenido su laboratorio en un país de sur de Europa que a todos nos suena, ¿verdad? De aquel "experimento" armado quedaron secuelas y heridas que no se cerraron. Previamente al conflicto, las cofradías vivieron años de suma incertidumbre y miedo. Tras el mismo, se produjo una especie de renacer.
Para cualquiera queda muy lejano todo aquello, por suerte. Sin embargo también hay una desgracia porque olvidar puede incurrir en los mismos errores de pasado. Es una frase tan manida como cierta. No arden iglesias ni la imágenes que las habitan. Nadie sale con su túnica y una pistola bajo el hábito, que se sepa. Y, sin embargo, una extraña sensación se apodera del paladar.
Las redes sociales se han convertido en un virtual campo de batalla donde los "memes" se enfrentan los unos a los otros, las devociones se ridiculizan y, por qué no decirlo, algunos cofrades parecen dedicar las 24 horas del día a sacar crítica de cualquier noticia, hasta cuando la información es un "fake", pero sirve igual para darle un "repasito" al de la coleta o a sus amigos.
Es una especie de guerra dialéctica, de tweets y post, que parece llevarnos a un viaje a ninguna parte. Una especie de Hiroshima mutada en la la red que demuestra que nunca podrá haber entendimiento. Solo cabe esperar que la bomba no estalle bajo nuestros propios pies.