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jueves, 6 de agosto de 2015

Verde Esperanza: Empresalizar lo cofrade


Aún a riesgo de caer en la redundancia, no puedo parar de darle vueltas al hecho de que las Hermandades copian los malos vicios de nuestra sociedad. Hoy en día, cualquier grupo u organización que se precie tiene como objetivo común primordial el sacar beneficio. Todo gira en torno al podrido dinero, es una triste realidad y lo peor es que no sabemos vivir de ninguna otra forma.


Esto se traslada al ámbito cofrade. Hay momentos en los que una Hermandad  -a lo largo del artículo, las palabras Hermandad o Cofradía son perfectamente sustituibles por banda- parece una empresa, con su Junta Directiva –de Gobierno-, encargada de organizar un sinfín de actividades con el único fin de sacar dinero para esto o para aquello. A veces con el único fin de sobrevivir como buenamente se pueda, es decir, de pagar las flores y la cera para los pasos y las bandas. Lo lógico, vaya. No se piensen que voy de utópico, soy perfectamente consciente de la situación de desamparo que atraviesan las Cofradías por parte de los Ayuntamientos, más aún en los tiempos que corren en los que cualquier cosa que huela a Iglesia es tratado como el muñeco del pum, pam, púm, y las Hermandades hemos de guisárnoslo y comérnoslo. Pero considero que conviene recordar precisamente eso, que debemos transpirar aroma a Iglesia. Y que si es importante organizar una verbena que otorgue unos beneficios que permitan pagar toda la cera de una tacada, no lo es menos el organizar adecuadamente unos cultos y que la asistencia sea mínimamente aceptable. Creo que de nada sirven unas multitudinarias cruces de mayo o los característicos peroles cordobeses si luego quedan los asientos vacíos en unos cultos de Hermandad.



Eso por no hablar de aquellas Hermandades que, siguiendo con el símil empresarial, parecen multinacionales. Tiendas de Hermandad propias, productos de lo más variopinto de merchandising, cuotas en algunos casos altísimas –sin necesidad de ello-… Son conductas que más bien se asemejan a una multinacional que a una Hermandad. No quiere decir ello que no lo vea lícito, la Hermandad en cierto modo es un producto y hay consumidores que están dispuestos a adquirirlo. Visto desde esa perspectiva técnica y empresarial, todo correcto. Pero como digo siempre, esto de las Hermandades trasciende más allá de la fachada folcórica por la que el resto de la población, y también parte de los propios cofrades, las identifica.  Somos parte de la Iglesia, como afirmaba anteriormente, y por ello el centro sobre el que habría de girar nuestra actividad no debería ser el dinero, sino la labor evangelizadora.

Son tiempos de austeridad, sí, pero tampoco las Hermandades han de descuidar el enriquecimiento de patrimonio con la consecuente creación de empleo en los distintos artesanos cofrades, o dándole trabajo a gente de la Hermandad para que trabaje en las tiendas de las que hablaba anteriormente. La virtud, como suele pasar, está en el término medio. Ni estancar el progreso de una Hermandad por preocuparse únicamente de sobrevivir con lo mínimo, sin abordar proyectos novedosos ni enriquecedores, ni convertir una Cofradía en una empresa en la que lo evangélico pase a un segundo plano en favor de lo comercial. La pertenencia a nuestra Madre Iglesia nos invita, por no decir que nos exige, a ser muy cuidadosos con las actividades que desarrollamos. Es cierto que las Cofradías entran dentro de lo denominado religiosidad popular, pero conviene recordar que somos un instrumento evangelizador y de labor social, y no una empresa. Giramos en torno a Jesús, no en torno a otros elementos mundanos como puede ser el dinero. Eso tiene un nombre, y se denomina idolatría. Tener una visión meramente empresarial de lo cofrade supone degradar su estatus, desvirtuar su cometido. Y hoy en día todo el mundo, creyentes y no creyentes, por la cuenta que nos trae, deberían tenerlo meridianamente claro.


José Barea













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