Aún a riesgo
de caer en la redundancia, no puedo parar de darle vueltas al hecho de que las
Hermandades copian los malos vicios de nuestra sociedad. Hoy en día, cualquier
grupo u organización que se precie tiene como objetivo común primordial el
sacar beneficio. Todo gira en torno al podrido dinero, es una triste realidad y
lo peor es que no sabemos vivir de ninguna otra forma.
Esto se
traslada al ámbito cofrade. Hay momentos en los que una Hermandad -a lo largo del artículo, las palabras
Hermandad o Cofradía son perfectamente sustituibles por banda- parece una
empresa, con su Junta Directiva –de Gobierno-, encargada de organizar un sinfín
de actividades con el único fin de sacar dinero para esto o para aquello. A
veces con el único fin de sobrevivir como buenamente se pueda, es decir, de
pagar las flores y la cera para los pasos y las bandas. Lo lógico, vaya. No se
piensen que voy de utópico, soy perfectamente consciente de la situación de
desamparo que atraviesan las Cofradías por parte de los Ayuntamientos, más aún
en los tiempos que corren en los que cualquier cosa que huela a Iglesia es
tratado como el muñeco del pum, pam, púm, y las Hermandades hemos de
guisárnoslo y comérnoslo. Pero considero que conviene recordar precisamente
eso, que debemos transpirar aroma a Iglesia. Y que si es importante organizar
una verbena que otorgue unos beneficios que permitan pagar toda la cera de una
tacada, no lo es menos el organizar adecuadamente unos cultos y que la
asistencia sea mínimamente aceptable. Creo que de nada sirven unas
multitudinarias cruces de mayo o los característicos peroles cordobeses si
luego quedan los asientos vacíos en unos cultos de Hermandad.
Eso por no
hablar de aquellas Hermandades que, siguiendo con el símil empresarial, parecen
multinacionales. Tiendas de Hermandad propias, productos de lo más variopinto
de merchandising, cuotas en algunos casos altísimas –sin necesidad de ello-…
Son conductas que más bien se asemejan a una multinacional que a una Hermandad.
No quiere decir ello que no lo vea lícito, la Hermandad en cierto modo es un
producto y hay consumidores que están dispuestos a adquirirlo. Visto desde esa perspectiva
técnica y empresarial, todo correcto. Pero como digo siempre, esto de las
Hermandades trasciende más allá de la fachada folcórica por la que el resto de
la población, y también parte de los propios cofrades, las identifica. Somos parte de la Iglesia, como afirmaba
anteriormente, y por ello el centro sobre el que habría de girar nuestra
actividad no debería ser el dinero, sino la labor evangelizadora.
Son tiempos de
austeridad, sí, pero tampoco las Hermandades han de descuidar el
enriquecimiento de patrimonio con la consecuente creación de empleo en los
distintos artesanos cofrades, o dándole trabajo a gente de la Hermandad para
que trabaje en las tiendas de las que hablaba anteriormente. La virtud, como
suele pasar, está en el término medio. Ni estancar el progreso de una Hermandad
por preocuparse únicamente de sobrevivir con lo mínimo, sin abordar proyectos
novedosos ni enriquecedores, ni convertir una Cofradía en una empresa en la que
lo evangélico pase a un segundo plano en favor de lo comercial. La pertenencia
a nuestra Madre Iglesia nos invita, por no decir que nos exige, a ser muy
cuidadosos con las actividades que desarrollamos. Es cierto que las Cofradías
entran dentro de lo denominado religiosidad popular, pero conviene recordar que
somos un instrumento evangelizador y de labor social, y no una empresa. Giramos
en torno a Jesús, no en torno a otros elementos mundanos como puede ser el
dinero. Eso tiene un nombre, y se denomina idolatría. Tener una visión
meramente empresarial de lo cofrade supone degradar su estatus, desvirtuar su
cometido. Y hoy en día todo el mundo, creyentes y no creyentes, por la cuenta
que nos trae, deberían tenerlo meridianamente claro.
José Barea
Recordatorio Verde Esperanza: Apología de lo propio