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lunes, 7 de marzo de 2016

Candelabro de cola: El buen samaritano no era cordobés


Hace ya unos días se podía leer en Diario Córdoba una entrevista bajo el siguiente titular: R. Muñoz: “Me cogieron, empezaron a tocarme y uno me pegó un puñetazo”. En la misma, una joven cordobesa, narra la horrible experiencia que vivió a comienzos del pasado mes de febrero cuando fue víctima de una agresión sexual y un robo a manos de tres personas de origen árabe en las inmediaciones de la estación de Renfe. 

Tal y como cuenta nuestra conciudadana, todo ocurrió a plena luz del día (en torno a las 13.30 horas, según pueden leer) y nadie, absolutamente nadie, fue capaz de hacer nada por ella. La propia víctima afirma que puede entender que ni una persona no se atreviera a plantarle cara a sus tres agresores. Lo que sí que llama poderosamente la atención es que nadie tuviera un móvil a mano para llamar a la policía y que ni siquiera, cuando esos tres malnacidos la abandonaron dejándola herida, fueran capaces de socorrerla.

Es increíble, realmente increíble, la cantidad de sordos, ciegos y mudos que caminan por nuestras calles. Desafortunadamente, tal y como reconoce la entrevistada, esta situación le puede ocurrir a cualquiera. Imagine usted que la desafortunada protagonista de esta historia hubiera sido su hija, su madre, su mujer o su hermana. Pues bien, asuma lo siguiente: el auxilio que hubiera tenido esta familiar suya hubiera sido el mismo que recibió esta diseñadora de joyería cordobesa. Es decir, ninguno.

Luego hablaremos del año de la Misericordia, de los santos lugares en los que es posible recibir indulgencia, haremos hasta procesiones extraordinarias con sagradas imágenes que respondan a dicha advocación y retuitearemos los mensajes del Papa Francisco acerca de la Caridad. Pero eso sí, a la hora de la verdad, seguiremos escondiéndonos a la hora de ayudar al prójimo. ¿Recuerdan la parábola del buen samaritano que narra el evangelio de Lucas?:

  • “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. Así también llegó a aquel lugar un levita, y al verlo, se desvió y siguió de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó donde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva.” ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?
  • El que se compadeció de él —contestó el experto en la ley.
  • Anda entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús”


Pues queda confirmado: el buen samaritano no era cordobés.


Marcos Fernán Caballero








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