Blas J. Muñoz. Las cofradías, al menos en mi caso, siempre me han dejado una poesía de la experiencia que, aunque jamás la recite como debiera, ha marcado cada Semana Santa, desde que tengo uso de razón. Desde el redoble de un tambor hasta aquella Cruz de Santiago que los años convirtieron en cinco, nunca vi salir de su templo a alguna hermandad a la que no perteneciera.
Y así, sin esperarlo hasta unas pocas horas antes, la Virgen debió querer guardarme un nuevo giro en esta vida de cofradías, de la que ya apenas me queda contar su historia desde mis ojos cansados. No soy fotógrafo ni me gusta cangrejear, aunque la circunstancia particular me enfrente a la calle, la misma donde las imágenes cobran su verdadera dimensión. No soy nada de eso, solo me gusta contar lo que veo y cómo -personalmente- lo veo.
El Martes Santo, su prematura tarde cargada de incertidumbre, me dio esa oportunidad. Tal vez, fue la Virgen de la Trinidad la que lo propiciara. Tan cerca y tan lejos de San Andrés, no pude dejar de pensar en aquella mujer bonita a la que tantos Martes me unieron para siempre. Pero estaba allí, entre rostros serios, miradas reiteradas al radar. No era más que éso y lo era todo. Las miradas, los gestos a medio camino entre la preocupación y la responsabilidad. Una reunión y la segunda, mientras los nazarenos guardaban silencio en las bancadas ante las nuevas noticias. El aplauso cuando se anunció la salida. Era una salida más y, en cambio, puede que fuera la primera.
Era la oportunidad de estar allí para contarles que, el gesto de complicidad vino en el abrazo primero. En las lágrimas de emoción, de nervios desatados por los instantes anteriores. Una alegoría de la vida, resumida en apenas minutos. La levantá de Carlos, recordando a las víctimas y clamando que somos cristianos. Los ojos cristalinos y el miedo a cometer un error. Ellos tomaron la decisión y, pudiendo haber errado, acertaron. Y me dieron la oportunidad de vovir un Martes santo tan inesperado y emocionante, por si alguna vez la memoria me abandona, al leer estas líneas sé que no me sentiré un extraño, porque esta tarde de marzo me hicieron sentir en casa.
Foto Jesús Caparrós