Será un Miércoles Santo diferente. No importará el sol o la lluvia, ni qué bandas acompañarán con sus oraciones a Jesús y a su Madre, ni el color de la túnica o la corona alterados a golpe de dedocracia. Será distinto porque al mirar a izquierda y a derecha, muchos no estarán donde deben. Algunos habrán marchado para siempre para ocupar un rinconcito en el Capuchinos del Cielo, pero otros… otros se encontrarán observando silenciosamente desde la distancia, con el sentimiento traicionero de saberse despojados de un hueco en su orilla, ese hueco que ganaron con el sudor de su memoria y del que fueron expulsados por la envidia miserable y el resentimiento cobarde.
Se que no te tendré en el lugar que te corresponde, con vara en la mano delante de Ella, o tocando el martillo que siempre fue tuyo, o debajo de las trabajadoras del Humilde Rey de los Cielos, y se que no te tendré porque decidiste abandonar su cercanía, porque te resultaba insoportable la humillación sufrida y la mentira reiterada o sencillamente porque otros te privaron de lo que te pertenecía.
Se que la mirarás desde lejos, tal vez a kilómetros de su ribera, calladamente, como siempre hiciste, sin alzar la voz porque nunca lo necesitaste… amparado en ese silencio que acaso tanto te acabó perjudicando, pero conocedor de que podrán negarte ocupar el centro de la vorágine, pero jamás un pedacito de gloria infinita a la ribera de sus maravillas, porque nadie puede despojarte de su mano de Madre, nadie puede privarte de bañarte en sus pupilas, nadie, por muy fiera que sea la tempestad, por mucha rabia irracional que manifiesten los que te odian, podrá alejarte de Ella jamás.
Se que mantendrás oculto en algún cajón de tu cuarto aquel viejo costal y aquella faja blanca que tantas veces fue tu hábito para rezar con los pies bajo sus trabajadoras, que repasarás en silencio cada cambio cuando veas que camina rumbo a la fantasía, y brillará calladamente tu mirada rememorando lo que fue y el tiempo y las circunstancias obligaron a dejar de ser.
Se que no serás una gota más en el océano de los que alumbran sus mejillas con tu túnica heredada y el cirio de tus oraciones, ni le hablarás bajito bajo el raso que convierte tu emoción en anónima como te enseñaron tus mayores, ni acariciarás con tus dedos los respiraderos de su altar itinerante en cada chicotá soñada. Se que no podrás mirarla entre el vergel de su candelería para cruzar vuestras miradas y esbozar esa sonrisa empapada de la calidez de las cosas del Cielo, que solamente puede sentirse cuando se tiene frente a frente a la Madre de Dios.
Se que tu nombre, como el mío, será olvidado por quienes ahora habitan la que un día fue tu casa y repudiado por algunos de los que mandan, como se que jamás te importó que nadie te llamase de otro modo que capataz, contraguía, costalero o nazareno. Porque siempre alejaste el ego de tu caminar cotidiano, ese mismo ego que te expulsó de la Tierra Prometida.
Hoy, cuando Jesús y María inunden cada rincón de esta Córdoba expectante de Humildad, de Paciencia, de Paz y de Esperanza, tú estarás a su lado, por mucho que a algunos les pese, porque nada importan las corbatas negras, ni las varas ofrecidas, ni los costales conservados a golpe de papeleta… nada importa salvo sentirse a su lado, en su regazo, en el mismo paraíso. Nada importa si la Paz forma parte de ti.
Guillermo Rodríguez