Ahí está Ella, al pié de la cruz, sumida entre lágrimas, enclaustrada en su infinito sufrimiento imposible de contabilizar con medidas humanas.
Ella, la que te tuvo en sus brazos cuando llegaste al mundo, de la que aprendiste a caminar y a levantarte cuando la vida te golpeaba; la que te enseñó a vestirte, a leer y a cantar, a comprender el por qué de tantas cosas ordinarias... a vivir tu integridad, a soñar que puede modificarse el universo.
Ella, la que creyó en Ti desde mucho antes de que brotara tu semilla. La que confió en el anunciador de tu existencia y en el Dios que lo enviaba. La que te protegió entre sus brazos de la tormenta y el frío y consoló tu llanto en los desvelos de madrugada.
Ella, la que fue elegida para ser maestra y Madre, la que nunca abandonó tu orilla cuando hasta los que te seguían por los caminos, se refugiaron de sus miedos en tu lejanía.
La que te vuelve a tener en sus brazos, muerto por el horror del mundo. Con el alma arrancada de su corazón castigado. Cómo imaginar el dolor de María inundada en la tragedia más dolorosa. Te arrancaron cruelmente de su jardín… y sus ojos enrojecidos recorren cada centímetro de tu cuerpo intentando inútilmente encontrar un atisbo de vida que le haga escapar de esta maldita locura… pero no hay salida para el callejón oscuro en el que se ha sumido su espíritu. Sólo la Fe que hasta se antoja insuficiente para comprender y abarcar la infinitud del suplicio.
Quién pudiera ser pañuelo para enjugar tus lágrimas y calmar tu amargura, para cicatrizar tus Angustias y dar tregua a tu desconsuelo.
Siete puñales se clavan
en el pecho de María.
En sus brazos la simiente
que era fruto de su vientre,
con la existencia robada,
exiliada para siempre
del jardín que atesoraba.
Si pudiera, Dios lo sabe,
hallar un modo, una llave,
por tu vida la mía daría
y arrancarme los puñales
del alma que llora herida.
Susurrándole al oído
...casi pareces dormido...
y besando su mejilla;
la angustia la ha poseído
mientras grita de rodillas.
Guillermo Rodríguez