Blas J. Muñoz. Sus cofrades ya la echan de menos y, en el taller de Antonio Bernal, la Virgen de los Dolores de Fernán Muñoz aguarda para devolver el abrazo tibio que colma la mirada y la fe de sus devotos. En redes sociales, aun se hace raro, observar la instantánea de su altar vacío, esperándolo a perpetuidad. Y se recuerdan, a su vez, los momentos -cercanos y distantes- del Jueves Santo que emocionaba a la Hermandad.
Unos recuerdos y sensaciones que la cofradía ha querido compartir públicamente y que nos retrotrae a u pasado añorado. Un pretérito en el que aun resuenan los ecos selectos de la Banda de Música de la Merced y el escalofrío de la noche que siempre nos aguarda.
Las cofradías son una eterna espera y un presente fugaz que se bebe a trago largo en el cáliz dulce de cada estación de penitencia, la misma que nos otorga su fuerza para aguardar el momento de volver a disfrutarla con la mirada limpia de quienes entienden la vida como el símbolo de nuestra existencia trascendente.
