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domingo, 10 de abril de 2016

La Feria de los Discretos: El olor del azahar


Córdoba huele a azahar. No es porque lo diga una pomposa promoción turística ideada por alguna mente preclara. Algún, o alguna, lumbrera ha pesado que los aromas de Córdoba se pueden envasar en un mísero sobre de papel. El perfume de Córdoba en primavera solo puede percibirse de forma directa. Embriagarse de él en la calles de este pueblo milenario, que algún día tuvo la grandeza de ser la capital de la Bética, o más tarde del Califato independiente de occidente. Hacer artificioso lo natural, no son más que ideas que no sirven nada más, que para demostrar la mediocridad de quienes pretenden salir de ella.

No basta nada más que pasear por las calles de Córdoba en primavera, para sentir que la vida recobra su pulso. El olor a azahar es suave y profundo, tal vez efímero, solo basta un chaparrón para ver los suelos teñidos de blanco, con las hojas ajadas de la flor responsable de los olores de un pueblo en primavera. Naranjos de la calle de la Feria, del paseo de la Victoria, del jardín de las Dueñas, o de otros más recónditos y menos conocidos como los de los antiguos jardines dominicos del Orive, o de los cercanos al arroyo de Pedroches en un moderno polígono industrial. Son olores puros y naturales, de esos que no se pueden envasar, ni encerrar. Haciéndolo, por mucho que se obcequen las mentes rutilantes, se está cautivando a la fuerza la naturaleza.

Está este Quintin, aprendiz de Catilina, sentado en el patio de los Naranjos. ¡Qué decir de tan hermoso marco! Color, vida, perfume, trinos de vencejos y golondrinas que son rotos cada cuarto de hora, por los toques de las campanas de la torre trazada por Hernán Ruiz. Un espectáculo para los sentidos, pues el olor, oído y vista, se complementan con el gusto y el tacto del agua cristalina y fresca en boca, también en manos, del singular caño del olivo. 

Unos operarios retiran pacientemente la cera derramada semanas atrás por los nazarenos. El trabajo el arduo. El cabildo catedralicio está implicado en la limpieza de un edificio que se dice no les pertenece. ¡Qué sería del conjunto monumental en manos de otras mentes más preclaras y menos lúcidas! Mejor no pensarlo. Basta con ver su gestión en otras cosas y comprobar los pobres resultados que obtienen. Y qué decir de sus innovadoras ideas. ¡Vamos tratar de encerrar el aroma de Córdoba en un sobre ya lo dice todo!

Entre aromas y colorido leo en la prensa que la carrera oficial será la que las hermandades digan, y que se votará en breve, sea en las calles próximas a la Catedral para finalizar realizando estación penitencial en la misma. Así fue, y así deberá ser siempre. También leo, que el actual presidente del principal organismo cofrade, piensa presentarse a la reelección. Nada que objetar a su reelección. Tal vez haya que recordar a las mentes preclaras de este pueblo, que el actual equipo gestor del ente cofrade, con su presidente a la cabeza, opto al cargo con el solo objetivo de defenestrar a su antecesor en el mismo. Que más tarde, ante un empate a votos,  se demostró que en los recuentos no pesaban lo mismo en junio que en septiembre. Que los proyectos quedaron en más de los mismo, eso sí, con más transparencia y más sensatez que de antaño. Los grandes logros de este mandato se han centrado en imposiciones, pues la Iglesia cuando aconseja impone de forma velada, como el Vía Crucis de la Fé, la Magna Mariana y la estación penitencial en la Santa Iglesia Catedral, todos con serios problemas organizativos, sobre todo en horarios y estricto cumplimiento de los mismos.

Unos nuevos estatutos, la sustitución de una celosía por una puerta para permitir el acceso de los pasos al interior de la Catedral, hacer valer el peso de las cofradías en la ciudad ante una corporación municipal laicista y retrograda que ha ninguneado actos atizando feos gestos a un estamento que debe de hacerse valer, dejando a un lado complejos y rarezas de mediocridad, han quedado atrás. Han perdido la relevancia que deben tener para el futuro, sentido y modernidad de las instituciones cofrades, desde agrupación a la más modesta asociación parroquial de fieles. Todo lo que no sea colocar a las cofradías en el lugar que deben de tener en el pueblo, es como tratar de encerrar el olor del azahar en un vetusto sobre de cartón por muchos colorines que se le pongan.

Quintín García Roelas




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