Una semana después de los gozos de la Resurrección, amanece el día triste. Las nubes mantienen una batalla incruenta con el sol, que finalmente acaban ganando. La lluvia no tarda en aparecer. Sobre el verde de las hojas de los naranjos las gotas resaltan brillos y caprichosas luces. La calle de la Feria huele a primavera. El azahar engalana y perfuma un ambiente que añora, los aún no tan lejanos, días de la Pasión. Atrás quedó el recuerdo de ver a la cofradía de la Caridad, imponente y clásica, luciendo su acabado guión, homogéneo, bien ideado por Jaime Rittón en un alarde de unidad y buen gusto. Cofradía ésta, que al igual que otras, es denostada por muchos, aduciendo excusas tan peregrinas como absurdas. Es el mal de esta Córdoba, que no valora lo propio, no sabiendo reconocer lo notorio, para exaltar otras cosas menos nuestras y más foráneas.
Me da que pensar que estas cofradías, mal vistas e incomprendidas de las que hablo, son tratadas de modo injusto. Muchos se dejan deslumbrar por los tesoros de la vieja Híspalis. No saben ver, que este gran esplendor, vino motivado en la época de la Contrarreforma, cuando en puerto de Indias se desembarcaban grandes riquezas, que influyeron en el desarrollo de la ciudad. Córdoba mientras tango languidecía de sus esplendores pasados. La economía de las dos ciudades fue vital para el desarrollo patrimonial de las cofradías. Si a todo esto unimos el decreto del afrancesado Trevilla, Córdoba siempre llevará un atraso en relación con las demás Semanas Santas de la región, atraso del que a base de mucho esfuerzo tratamos de superar con trabajo y dedicación.
Por eso duele que muchos, que presumen de cofrades de una impostada élite, se ausenten de la ciudad los días de la Semana Grande para vivir de cerca la grandeza de la Semana Santa sevillana. Cofrades que presumen de conocimiento, y que maleta en mano emigran el Domingo de Ramos, siempre que su cofradía no procesione esa jornada, Guadalquivir abajo para a su vuelta, el día que hacen estación penitencial para luego regresar, mostrar una sapiencia sobre los valores y puesta en escena de una cofradía en las calles. Todo lo que ellos hacen es válido y sus cofradías marcan pauta en el pueblo, lo de los demás es cateto y motivo de chanza.
Lo malo de todo esto, es que estas mentes preclaras del sentir cofrade, comienzan a mirar con aires de superioridad a todos aquellos que no los emulan. Se sienten muy por encima, en conocimiento y gusto, de todos los que permanecen en este pueblo de discretos. Saben más que nadie y lo que es peor, no saben reconocer el esfuerzo que realizan muchos por poner en valor una Semana Santa que ellos consideran de menor fuste.
Los caños de la fuente hacen música. La calle se va estrechando, aunque la intimidad es rota al paso de un autobús de la línea urbana. Las golondrinas van y vienen, asustadas por el ruido del motor. Bajo los aleros sus nidos de barro forman parte del paisaje urbano. Todos los años las golondrinas, con su plumaje similar al hábito dominico, vuelven a revolotear para indicarnos que la primavera ha vuelto a llegar.
La calle se vuelve a ensanchar, pero ya la ciudad pierde su carácter de barrio para ser mucho más cosmopolita. Las ruedas de los coches chirrían con estruendo motivado por la cera que aún permanece en el pavimento. Todo es un recuerdo de lo que fue, o lo que pudo ser, pues la lluvia, como en el día de hoy, dio al traste con alguna jornada de la Semana Santa. La golondrinas continúan revoloteando dando vida a la primavera antes de volver a exiliarse, como algunos cofrades sapientes hacen, y volver el año que viene al igual que los primeros cuando las campanas de Santa Marina tocan repique de Gloria.