Eva Martín. Los cofrades de Córdoba hemos tenido hoy la oportunidad de ser testigos de la historia. Esa indescriptible sensación de estar viviendo el nacimiento de una Cofradía. Una ocasión irrepetible que los que hemos tenido la suerte de presenciar, podremos transmitir a las futuras generaciones. Seremos de esos pocos afortunados que dentro de mucho tiempo podemos contar a los cofrades venideros que allí estuvimos cuando se sembró la semilla de una nueva devoción en la tierra fértil de la Ciudad de San Rafael.
Hoy se ha materializado el sueño recurrente que con total seguridad habrán experimentado durante estas dos largas décadas de existencia aquellos que un día imaginaron una Cofradía en el corazón de Fátima. Dos hileras de cirios alumbrando el caminar de María Santísima de la O y cientos de cordobeses no quisieron perderse detalle de esta cita irrepetible. Elegantemente vestida por las manos de Antonio Villar, la dolorosa de Fátima, la belleza que naciese de la gubia del imaginero cordobés Antonio Bernal, lució saya de Nuestra Señora de la Esperanza de Bujalance, toca sobremanto de Nuestra Señora de la Estrella y manto de salida de María Santísima del Rocío y Lágrimas, componiendo un exquisito conjunto con el que derramó su esencia por cada rincón del barrio que sueña con verla bajo palio camino de la Catedral.
La Virgen se presentó al pueblo de Córdoba sobre el paso cedido para la ocasión por la Hermandad del Carmen de San Cayetano. Un paso que portaba candelabros arbóreos cortesía de la Hermandad del Carmen de Andújar, jarras y violeteros de la Hermandad de los Dolores del Rayo y peana de la Virgen del Rocío y Lágrimas. María Santísima de la O llevaba en sus sienes la corona recién restaurada por Manuel Valera, hermano de la corporación, que ha sido enriquecida con veinticuatro nuevas estrellas y piezas de joyería, obra del propio Valera y de Rafael González Figueroa también hermano de la O.
La noche deparó momentos de especial significado, como la ofrenda floral que tuvo lugar en la Parroquia de Fátima, con la que la joven Corporación quiso rendir pleitesía a la Reina que da nombre al barrio en el que habita. Un camino de ida hacia la Parroquia, en el que la Virgen caminó sin música, salvo el rachear costalero de la cuadrilla de Jesús Ortigosa Brun, entre los rezos y los cantos del coro rociero que acompañó su caminar bajo el sol expectante.
Y tras la visita obligada a la Virgen de Fátima, la apoteosis. El regreso triunfal acompañada en todo momento por una multitud que siguió su caminar pausado y elegante al compás de la magnífica Banda de Música de Nuestra Señora de la Estrella. Una simbiosis que deparó momentos de especial intensidad y sensibilidad, como la interpretación de Hosanna in Excelsis en la Calle Virgen de Fátima y también instantes de especial alegría, como cuando la Virgen de la O regaló esas gotitas de bulla de la que nos hablaba su Hermano Mayor, Rafael González Quesada, en la entrevista concedida hace unos días a Gente de Paz, cuando la Banda de la Estrella interpretó Aires de Triana.
La noche se fue diluyendo paulatinamente para dar paso a la incipiente madrugada. Una madrugada envuelta en un indescriptible olor a incienso, a rosa, clavel y gladiolo -por instantes parecía oler a azahar por las aceras- que convirtió por un instante, por unas horas, una tarde noche de octubre en radiante y maravillosa primavera, como metáfora perfecta del instante de oportunidad que vive la joven Corporación cordobesa. Una verdadera primavera preparada para estallar como un vergel y a la sólo hay que seguir añadiendo los ingredientes necesarios para que al fin el sueño de tener una cofradía en el mismo corazón de Fátima se convierta en una realidad alcanzable con la punta de los dedos.