Joaquín de Sierra i Fabra. Suspira el querubín al recordar los distintos caminos que el Altísimo trazó para dos personas que, en su momento, estuvieron a los mandos del gran submarino de nuestra semana santa que, pese a lo que muchos pudieran pensar, bien dista de ser un trono dorado que porte un gran misterio.
Suspiros alados de un querubín que bien tiene presente que siempre fue mejor caer en gracia que ser gracioso aunque, a pesar de que ninguno de los dos comandantes en jefe aspiró nunca a dirigir una chirigota, cabe reconocer que fue de pandereta que uno resultara desterrado para salir airoso o, al menos, para tomar aire, mientras que al otro un poderoso confesor trinitario debió absolverlo de todo y en los últimos tiempos consiguió hasta cierta relevancia social.
Suspira el ángel porque la memoria de los cofrades vino a ser tan flaca como el rocín del hidalgo Quijano y ya pocos tienen presente a aquél que huyó haciendo desaparecer como si fuera Houdini hasta la máquina de escribir antes de que llegara como sustituto el máximo edil al que cualquier chaqueta siempre le vino bien.
