Julia Nieto. Siete episodios dolorosos se repiten en el corazón de la Madre de Dios. Aquella estrella rota de dolor y enrojecida de tanto llorar, rememora los dolorosos recuerdos que sin entenderlos, ha llevado en silencio y que ha meditado en presencia de Dios, todos y cada uno de los días de su vida. Ahora que su Hijo ya no está aquí, hila diversos momentos de su vida y termina por comprender todo lo que ha dado lugar a esa situación en la que hoy se encuentra. A su Hijo ya no ve, ni vivo ni muerto y el sofoco que lleva, sólo lo apacigua orando a Dios.
Su mente sigue divagando y llega a la pérdida de su pequeño Jesús en el gran templo. Muy en su interior, piensa que a lo mejor ha ocurrido lo mismo, sólo lo ha perdido, pero lo volverá a encontrar, sólo es un mal trago, ya regresará a casa. Pero entonces recuerda el encuentro con su Hijo mientras el portaba la cruz del martirio y se da cuenta de que no lo ha perdido, simplemente, a su lado ya no está. Ella, al igual que cuando era niño, deseaba acercarse a él, sostenerle y curarle las heridas, pero los soldados, no se lo permitían.
La Quinta y más dolorosa Angustia llega, cuando a su Hijo crucificado y dolorido ve, pues no hay dolor más grande de una Madre, que el de ver a su Hijo sufriendo esa agonía. La Madre Santísima al recordarlo, deja que sus lágrimas inútilmente retenidas, vuelvan por su rostro a deslizarse pues percibe que más dolores en su memoria se empiezan a agolpar: el ver a su Hijo traspasado por una lanza, muerto... Ella observa sin expresión, tan rota por dentro que su corazón enlutado no permite más dolor.
Fotos Antonio Poyato