La Resurrección de Cristo, para el creyente, quizá, la muestra más evidente del mensaje del Reino de los Cielos. La luz que habita nuestro ser, la que avivamos o silenciamos, la que el cuerpo en su expiración entrega al firmamento.
Aun conociendo las debilidades del ser, Jesús, predicaba al hombre de igual a igual, buscando en nuestro interior, la bondad de una vida en hermandad y sin discriminaciones. ¿Si el nacimiento y la muerte nos hace iguales, por qué hacer una vida de opresión sistemática, sembrando espinas en nuestros caminos de vida?. Mal juicio espera, al pastor que sin luz guía al rebaño. No se debe entender la resurrección del espíritu, cual cuerpo sin propósito de enmienda, por mucho que confiese su blancura el sepulcro, Dios contempla nuestro interior. Palabras del ungido que incluso florecen en la tierra más yerma, iluminar el alma con el reflejo de nuestros actos.
Tantos ecos del pasado arrullados en tu sentimiento
Tantos ecos del pasado arrullados en tu sentimiento, tantas miradas duermen en tus lágrimas, que alivian los pesares del espíritu, Señora de las Angustias, alma de San Agustín. Córdoba tierra señera, cielo de azahar, en tus manos esencia de primavera. Cantado Arcángel a la sombra del limonero, Rosario con aroma a especias, celosía de blonda y nácar. Versos que cantan al Oriente, de la perla de Occidente. Volviste a tus raíces, como el agua de lluvia es llamada por el gran río, como las enseñanzas del hijo que resucita tras la Pasión.
José Antonio Guzmán Pérez