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domingo, 5 de abril de 2015

La Crónica: Después de las tinieblas siempre llega la luz


Francisco Román Morales. “El ángel, dirigiéndose a las mujeres dijo: No temáis vosotras, pues sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí, ha resucitado, según lo había dicho.” (Mt. 28-6-7)

Amanece el nuevo y postrer día de la semana, los rayos del sol, cual reencarnación angelical, acarician con la levedad de un susurro los muros del convento de Santa Isabel, donde las venerables emparedadas que allí rinden culto diario y permanente al Cristo resucitado esperan ansiosas el gran momento, el de retirar la losa que cubre el sepulcro para dar paso a la vida. Eran las diez en punto de esta nueva mañana de azul resurrección, cuando los acordes de la Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús de la Fe en su Sagrada Cena, como aquellas tropas que sitiaban la Jericó veterotestamentaria, rompieron las murallas del templo fernandino para, a los sones de “Al Rey de Santa Marina” abrir las ojivas de uno de los templos de más solera de la ciudad, dando paso de este modo al cortejo más festivo de la Semana Santa al que, junto con la Sagrada Cena, da verdadero sentido a nuestra fe de creyentes en Cristo Resucitado, verdadero Dios y verdadero Hombre. Porque… ¿Qué sería de nuestra fe si Cristo no hubiera resucitado, si no se hubiera quedado en cuerpo y sangre en el misterio eucarístico?

Poco a poco, el cortejo que alumbraba el discurrir del paso de misterio, seguido por su Santísima Madre, Reina de Nuestra Alegría, se abría paso por calles con la solera de Marroquíes, la Piedra Escrita, Dormitorio, ¡San Agustín!, Rejas de Don Gome, Juan Rufo, la Fuenseca… ¿¡se puede pedir más cordobesía en tan poco espacio!? ¡Imposible! Porque hasta los califas del toreo y los, no menos, califas de la picaresca y la supervivencia: los piconeros, las chindas y matarifes del barrio del Matadero, salieron jubilosos de sus tumbas para regocijarse, sabedores de que la muerte sólo es un sueño y que un día, cuando sólo Él quiera, volverán a la vida con sus nuevos cuerpos celestiales iguales que Él, porque el Padre celestial nos hizo así, perecederos en lo material pero inmortales en lo espiritual.

Luego llegó el momento de cumplir con el orden establecido para abandonarlo definitivamente hasta el próximo año, hasta el nuevo anuncio de que la muerte no es el final. Mientras, María Santísima Reina de Nuestra Alegría lucía jubilosa su nueva saya bordada en oro fino y las nuevas jarras que, poco a poco, van engrandeciendo su trono de victoria sobre la muerte. Porque su Bendito Hijo venció a la muerte ¡Resucitó!  




































































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