Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero
secretamente, por temor al sanedrín, pidió autorización a Pilato para retirar
el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también
Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una
mezcla de mirra y aloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el
cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes,
según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. Jn 19 38-40
He depositado delicadamente tu cuerpo en un lecho de flores, para
purificar tus heridas con silenciosas plegarias. Superado el miedo que me
atormentaba, he recogido tu divinidad martirizada, para bendecir tu cuerpo con
el bálsamo de mis oraciones en una eucaristía de lágrimas y envolviéndolo en el
sudario de mi alma para darle sagrada sepultura.
Y a medida que limpio la sangre de tus laceraciones, observo tu
epidermis maltratada y me cuestiono dónde se encuentra el límite de la crueldad
humana. De qué manantial de odio bebió el discípulo que te vendió por unas
miserables monedas, el sanedrín que te acusó con mentiras, el rey títere que
pretendió humillarte, el gobernador que lavó sus manos en una palangana de
indiferencia, el populacho que te entregó a cambio de un bandido. Todos ellos te
enviaron al cadalso. Pero sobre todo, Señor, me pregunto cómo pudimos
abandonarte los tuyos, darte la espalda y condenarte a la negación y el olvido
mientras dabas tu vida por nosotros. Se que es humano plegarse al miedo, pero
ojalá pudiera haberlo vencido y sacrificarme a tu lado, como una más de las
olas que se sacrifican en la playa de mi conciencia, por ti, por tu Nombre y
por su bendito magisterio.
Lentamente se amortajan mis sueños y se lamenta mi espíritu sediento de
la Fe que tu muerte me arrebató con furia y que mi esperanza herida intenta
paulatinamente recuperar…
Dictó la noche el silencio
al firmamento estrellado,
a hombros de sus costaleros
y envuelto en blanco sudario,
llevan al Rey de los Cielos,
con el cuerpo amoratado,
expirado en el madero,
por sus hechos maltratado.
Unas manos que lo miman
lo cubren con vestiduras
amortajando la herida
de ver su muerte desnuda
con mi fe casi vencida.
Recordatorio Nisán: XXXIV Angustias