De repente, en el cielo del horizonte se comienza a vislumbrar un rayo de sol entre la negrura de la tormenta, y entonces se produce la conversión... y María, que era hace un instante pasajera a la deriva en mitad de la tempestad, se ha transmutado en capitana del velero, en marinera de esperanza, en ancla para la humanidad y otra vez en luchadora. Y seca su llanto en su manto de estrellas, para atisbar una pequeña sonrisa mientras nos habla de Él, de su mensaje, de su promesa, del tercer día. Y Ella, la que vinimos a consolar, se erige en consoladora del universo para empezar a devolvernos la Fe...
Me consuela la locura
que ha sumido mis desvelos
con su pésame la luna
y sus lágrimas el Cielo,
no puedo darle clausura,
como quieren mis anhelos,
al Dolor que me tortura
como un punzón rompe el hielo.
Y lágrimas no me quedan,
ni recelo a la ceguera
que causó tanto tormento.
Es la Fe mi compañera
para asir mi abatimiento.