Blas Jesús Muñoz. Se imaginan una cofradía con más de 2000 nazarenos pasando por un punto determinado en unos 65 ó 70 minutos ¿Inconcebible? ¿Ciencia ficción? ¿Utopía? ¿Quimera? Pues, aunque nunca lleguen a creérselo, existen y están a poco más de 100 kilómetros. Ahí al lado, como el que dice.
Ahora hagan el supuesto inverso 60 minutos, por poner un ejemplo, para el paso de un cortejo medio de 300 integrantes (y con el término "medio" estoy teniendo un alarde de generosidad). Ver 300, y no me refiero ni a la película ni al cómic de Frank Miller, en ese tiempo es una auténtica estación de penitencia para el espectador, no digamos ya para el sufrido nazareno cada vez con menor protagonismo en su hermandad, por regla general que no absoluta, y para colmo de sus males debe pasar más rato a pie quieto que caminando.
Para algunas cofradías de Córdoba ése parece su modus vivendi. Andar despacito como si la ciudad fuera una aldea y tuviera cuatro calles y trataran de asegurarse que las ve el mayor número de personas posible. Hecho que, pensado detenidamente, de ser así no estaría mal encaminado en su labor evangelizadora. El problema es que más de uno se aburra y se vaya al bar, a su casa, a la playa o hasta a Sevilla.
Si se supone que a las cofradías les ha sobrevenido un gran avance, el hecho de que algunas hagan de sus cortejos la lentitud (por no hablar del bandoneón, que no acordeón, en su extensión latifundista) extrema, no deja de ser contrapoducente. Como lo es, a su vez, que se les permita y conceda en los itinerarios oficiales.
Uno de los días de esta Semana Santa me decía un amigo, al paso de una cofradía de la que omitiremos el nombre, que eran el producto de haber llevado hasta sus últimas consecuencias la frase aquella que rezaba el "no corras mucho papá".
Recordatorio Enfoque: Lo mejor y lo peor de la Semana Santa