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domingo, 14 de junio de 2015

Enfoque: Una estación de penitencia para enmarcar


Blas Jesús Muñoz. Lejos quedaron los días de vino y rosas, donde las cofradías emergían con la naturalidad de una fiesta incipiente que albergaba, a partes iguales, la piedad popular con la alegría y el luto que le era intrínseco. Felices décadas de otro siglo, donde la transformación se incardinó en una "bonanza" social que invitaba a ello y que, más recientemente, otras bondades solo trajeron a la Semana Santa un mercantilismo caníbal que nos va royendo el tuétano.

Sin embargo, siempre hay una contradicción, una excepción que hace cumplir la generalidad de los acontecimientos y, a veces, la hallamos entre la sorpresa y la alegría sincera que se entrega a las cosas bien hechas. La Hermandad del Perdón, en apenas un año, ha dado muestras que atestiguan un avance que, pese a caminar a prisa, se asienta en el sólido cimiento de la Fe, entendida como ofrenda.

En la imagen que ilustra este enfoque no observarán un selfie nazareno de los que tanto han dado que hablar, tras Semana Santa y, por más que se insinúe que tienen explicación, la verdad del asunto es que no tiene otra justificación que el desconocimiento. Verán, por contra, a una cuadrilla con sus capataces al frente, arrodillados ante el Santísimo, dando y cumpliendo la razón por la que la cofradía estaba en la Catedral.

Todos los integrantes, absolutamente todos, de la Hermandad del Perdón hicieron lo propio. El retorno al primer templo de la diócesis bien merecía que la hermandad estuviese a la altura y bien que lo estuvo. Una hermandad joven, con jóvenes dirigentes que buscan hacer de ella una corporación que la ciudad merezca y una ciudad que se merezca a su hermandad.

Esa imagen es solo una muestra de que con trabajo, ilusión y fundamentos se puede llegar a cualquier lugar y más cuando el espacio que se ocupa, no es otro que el de alabar a Dios, a su Madre y convertir el trocito de espacio urbano que recorre la estación de penitencia en una vía espiritual que, por unas horas, nos eleve más allá de nosotros mismos para comprender nuestra propia naturaleza.










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