Llega el Miércoles Santo y, tras las miradas, tras los gestos reconocibles, la historia personal, la que sólo se susurra a los amigos en momentos muy puntuales, brota como un manantial compartido de las alegrías que fueron. Para el profano o el neófito, apenas significará nada. Para quienes amamos los detalles como un regalo cierto de la Providencia, lo son todo.
Cada Miércoles Santo el llamador del Señor del Perdón lleva colgada una medalla. Su capataz (Luis M. Carrión "Curro"), probablemente recuerda algún momento de su pasado mientras la mira y los demás permanecen ajenos. Es una medalla que narra no sólo la historia de este capataz, sino también un capítulo de la biografía de otro y de la propia Hermandad de San Roque.
La medalla habla del pasado, del presente y del futuro. Habla del capataz que la tiene en propiedad porque la pidió a la familia de otro capataz. Y es que la liturgia no sólo va con el traje, la voz y el paso firme por las calles. Es un rito, una devoción, un amor y un respeto que trasciende a la muerte y nos hace sobrevivir en el corazón de otros hombres como parte terrena de la inmortalidad.
La medalla es uno de los secretos que escondesu azulejo. Porque la medalla es la de Manolo Santiago, el capataz de una época, el maestro de tantos y el amigo de Curro. Manolo confío en el Perdón, la cofradía donde su discípulo continuó el camino iniciado. Con esa medalla, cada Miércoles Santo caminan juntos, capataz y discípulo. Con esa medalla se le da importancia a las cosas que de verdad importan y que sólo se hallan en los detalles.
Blas Jesús Muñoz