Blas Jesús Muñoz. La mayor belleza del tiempo se ofrece cuando éste se ha perdido y engrosa el pasado. La nostalgia se torna aliada improvisada del ideal y, juntos, caminan de la mano para recordarlo todo más bonito, idílico, soñado...
Bien sé que aquellos años no fueron un sueño, pues bajo las trabajaderas -antes de la moda- se sufría y bastante. O, al menos, lo suficiente para apreciar los cambios de estatus y paladearlos como caviar y ser consciente del momento. Cuando sufres valoras, y cuando valoras, disfrutas.
Habrá quien lo tilde de madurez y quien lo llame locura. Los dos hechos se unen. Pero lo cierto es que nunca olvidaré aquellas tardes de fin de semana cuando rogaba que no terminase el ensayo porque estaba disfrutando de verdad, sin cortapisas.
Todo ello se lo debo a mi capataz, con el que de verdad aprendí lo poquito de este oficio y al que siempre le deberé respeto y admiración. El pasado fin de semana, con la distancia del tiempo y los años reflejados en el rostro, más de cinco (entre capataces y costaleros de aquella cuadrilla) nos encontramos en la boda de un gran amigo.
Todo para descubrir que aun me brillan los ojos cuando habló de este oficio y saber, adentrado el otoño, que seguramente quedará alguna que otra chicotá.
Recordatorio Enfoque: Dimisiones