Blas Jesús Muñoz. Deténgase un momento a pensar. Solo le pido dos minutos de su tiempo. Puede ser mucho, pero incluso puede merecer la pena.
"Se despierta una mañana cualquiera de su vida, se acicala y toma el primer café. Se ajusta la ropa para salir a trabajar, si tiene esa suerte, y quita la cerradura de la puerta. Al salir al descansillo y disponerse a cerrar, se percata de que han pintado con spray la puerta. Sospecha que ha podido ser su vecino, o esos chavales que alguna noche aprovechan que la puerta del bloque no cierra bien y se cuelan a molestar.
Tras el momento de incomprensión viene el enfado y luego la rabia. Llama al seguro de camino al trabajo y espera pacientemente a que una semana después, o el tiempo que haga falta, vengan a limpiar el desaguisado. Eso contando que el seguro lo cubra y no tenga que hacerlo usted mismo.
Pasan los meses y, otra mañana, se encuentra de nuevo la gracia. El cabreo va en progresión cuando piensa lo que tardó en subsanarlo la primera vez. Es engorroso, está enfadado, pero qué remedio le queda. Su bloque no es del Bronx y no va a dejar en ese estado la entrada de su hogar. así que, haciendo de tripas corazón y del enfado virtud vuelve a proceder a la reparación.
Al mes siguiente, otra mañana lo mismo. Las voces se oyen en los barrios colindantes y piensa en hacer guardia y devolver la gracia en una proporción más o menos adecuada. Piensa que mejor no lo hace porque, en definitiva, de sorprender in fraganti al discípulo de Velázquez, seguro que las consecuencias las pagaba usted".
Así podremos llegar al infinito con la estatua de Antonio Gómez Aguilar, mientras el tonto siga aunque el carril desaparezca. No importa. La seguirán limpiando y no habrá nadie acechando porque somos cristianos y en nuestra esencia no cabe pagar con la misma moneda, aunque a veces las ganas no se queden cortas.
Recordatorio Enfoque: Siempre duele el adiós