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jueves, 1 de octubre de 2015

Verde Esperanza: Mucha fachada para tan poca casa


             Al enterarme de lo sucedido con respecto a la disolución de la confraternidad que pretendía dar culto al Cristo de la Confianza, y cuyo fin era convertirse en Hermandad, un pensamiento aborda constantemente mi mente. Nada más lejos de mi intención el juzgar este hecho puntual, del que por lejanía desconozco sus pormenores. Más bien pretendo generalizar en un mal endémico que compartimos muchos, por no decir todos los cofrades, y que es un signo de debilidad que con demasiada frecuencia dejamos ver al resto de la Iglesia y de la sociedad no creyente.

            Según indicaban fuentes cercanas a la mencionada confraternidad, la razón de la disolución ha sido la existencia de diferencias insalvables con respecto a la urgencia o no de ser constituida como Hermandad, o centrar la atención en otros menesteres como obra social. Es un perfecto ejemplo de lo que sucede en Cofradías ya constituidas, incluso centenarias muchas de ellas, más preocupadas de lucir una fachada lustrosa que de tener limpias y aireadas las habitaciones del interior de la vivienda, por seguir con el símil urbanístico. Nuestra fachada ya se podrán imaginar cuál es, la mal llamada salida procesional en lugar de estación de penitencia. Se centran todos los esfuerzos en comprar enseres de primera calidad, pasos barrocos tallados al milímetro, candelería y palios de Champions League y contratar bandas de postín, pero… ¿qué sucede el resto del año? Se hace lo mínimo para cumplir lo que diga el Obispado de turno: donar el porcentaje correspondiente a Cáritas, organizar los Triduos –algunas ni eso- y recaudar el suficiente dinero para que la procesión pueda llevarse a cabo.


            Esa situación de dejadez año tras año termina pasando factura antes o después. Es como aquel ocupante de una vivienda que comienza fregando el suelo diariamente, pero a quien la relajación y la pereza provocan que posteriormente se pase la escoba una vez a la semana, o una vez al año. Total, se va a volver a ensuciar. Muchos piensan que en este mundo en el que importan mas las apariencias que las esencias basta con salir a la calle con una banda apañada y hacer un par de estrenos de patrimonio por año para ocultar la paupérrima gestión de Hermandad que vienen desempeñando desde equis tiempo, que la fachada reluciente tapa las miserias del interior. Hasta cierto punto puede que sea así, pero soy de la opinión de que la mugre del interior inevitablemente se termina propagando al exterior. Y que cuando una Cofradía hace mal o muy mal las cosas los 364 días del año que no son la estación de penitencia, el día que hace 365, el público termina apreciando el olor a cerrado en las túnicas nazarenas de un modo u otro. La dejadez de la esencia, el contenido de una Hermandad que se edifica ladrillo a ladrillo durante todo un año, termina contagiándose a la salida procesional. Cortejos desastrosamente organizados, retrasos considerables sin motivo de causa mayor, bandazos en el estilo de una Cofradía con tal de sobrevivir como buenamente se pueda, son algunos indicativos de que el enfermo está en las últimas.

            Los cofrades somos cristianos especialmente débiles, que dependemos de lo material para mantener viva la llama de nuestra fe. ¿Qué sería de nosotros –me incluyo por supuesto- sin nuestro Cristo o nuestra Virgen? Sin un paso en el que portarles, sin bandas con las que disfrutar en la calle, sin el arte sacro manifestado en sus diversas vertientes… Quizá muchos nos alejáramos de la Iglesia por completo, olvidándonos de que una vez pertenecimos a Ella al ser cofrades y cristianos por consiguiente. Tal vez por ello ser cofrade no está bien visto en el seno de nuestra propia Madre Iglesia, por nuestra total dependencia de lo material para actuar, lejanamente, como miembros de la misma. Eucaristías con poca asistencia cofrade, Triduos desérticos o Vigilias desérticas al cuadrado dan buena cuenta de nuestra dejadez para con la Iglesia. Es muy triste lo que ha sucedido en Córdoba alrededor del Cristo de la Confianza, pero quizá sea positivo a largo plazo. Y es que no se imaginan la impotencia que causa ver arrastrarse a una Cofradía que, como decía anteriormente, puede albergar siglos de historia, por las calles de la ciudad tratando de mostrar lo viva y lustrosa que está, cuando apesta a cadáver desde cien metros. La fachada puede ocultar la realidad temporal y parcialmente, pero desde luego, esta termina cayendo por su propio peso y derribando la fachada más hermosa, que a la vez es la más débil. De continuar por este camino, estaremos viviendo a la intemperie porque la casa se nos habrá caído encima, arrasando no sólo con nosotros, sino con el concepto de Hermandad.

José Barea.







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