Según indicaban fuentes cercanas a
la mencionada confraternidad, la razón de la disolución ha sido la existencia
de diferencias insalvables con respecto a la urgencia o no de ser constituida
como Hermandad, o centrar la atención en otros menesteres como obra social. Es un perfecto
ejemplo de lo que sucede en Cofradías ya constituidas, incluso centenarias
muchas de ellas, más preocupadas de lucir una fachada lustrosa que de tener
limpias y aireadas las habitaciones del interior de la vivienda, por seguir con
el símil urbanístico. Nuestra fachada ya se podrán imaginar cuál es, la mal
llamada salida procesional en lugar de estación de penitencia. Se centran todos los esfuerzos en comprar enseres de primera calidad, pasos barrocos tallados al milímetro,
candelería y palios de Champions League y contratar bandas de postín, pero… ¿qué sucede
el resto del año? Se hace lo mínimo para cumplir lo que diga el Obispado de
turno: donar el porcentaje correspondiente a Cáritas, organizar los Triduos –algunas
ni eso- y recaudar el suficiente dinero para que la procesión pueda llevarse a
cabo.
Esa situación de dejadez año tras
año termina pasando factura antes o después. Es como aquel ocupante de una
vivienda que comienza fregando el suelo diariamente, pero a quien la relajación y la
pereza provocan que posteriormente se pase la escoba una vez a la semana, o una
vez al año. Total, se va a volver a ensuciar. Muchos piensan que en este mundo
en el que importan mas las apariencias que las esencias basta con salir a la
calle con una banda apañada y hacer un par de estrenos de patrimonio por año
para ocultar la paupérrima gestión de Hermandad que vienen desempeñando desde
equis tiempo, que la fachada reluciente tapa las miserias del interior. Hasta
cierto punto puede que sea así, pero soy de la opinión de que la mugre del interior inevitablemente se
termina propagando al exterior. Y que cuando una Cofradía hace mal o muy
mal las cosas los 364 días del año que no son la estación de penitencia, el día
que hace 365, el público termina apreciando el olor a cerrado en las túnicas
nazarenas de un modo u otro. La dejadez de la esencia, el contenido de una
Hermandad que se edifica ladrillo a ladrillo durante todo un año, termina
contagiándose a la salida procesional. Cortejos desastrosamente organizados,
retrasos considerables sin motivo de causa mayor, bandazos en el estilo de una
Cofradía con tal de sobrevivir como buenamente se pueda, son algunos
indicativos de que el enfermo está en las últimas.
Los cofrades somos cristianos especialmente
débiles, que dependemos de lo material para mantener viva la llama de nuestra fe.
¿Qué sería de nosotros –me incluyo por supuesto- sin nuestro Cristo o nuestra
Virgen? Sin un paso en el que portarles, sin bandas con las que disfrutar en la
calle, sin el arte sacro manifestado en sus diversas vertientes… Quizá muchos
nos alejáramos de la Iglesia por completo, olvidándonos de que una vez
pertenecimos a Ella al ser cofrades y cristianos por consiguiente. Tal vez por
ello ser cofrade no está bien visto en el seno de nuestra propia Madre Iglesia,
por nuestra total dependencia de lo material para actuar, lejanamente, como
miembros de la misma. Eucaristías con poca asistencia cofrade, Triduos desérticos
o Vigilias desérticas al cuadrado dan buena cuenta de nuestra dejadez para con la
Iglesia. Es muy triste lo que ha sucedido en Córdoba alrededor del Cristo de la
Confianza, pero quizá sea positivo a largo plazo. Y es que no se imaginan la
impotencia que causa ver arrastrarse a una Cofradía que, como decía anteriormente,
puede albergar siglos de historia, por las calles de la ciudad tratando de
mostrar lo viva y lustrosa que está, cuando apesta a cadáver desde cien metros. La fachada puede ocultar la realidad temporal y parcialmente, pero desde luego, esta termina cayendo por su propio peso y derribando la fachada más hermosa, que a la vez es la más débil. De continuar por este camino, estaremos viviendo a la intemperie porque la casa
se nos habrá caído encima, arrasando no sólo con nosotros, sino con el concepto de Hermandad.
José Barea.