Colón y su fuente sirvieron de recorrido para las cuadrillas de dos hermandades muy vivas, llenas de pasión e ilusión. No sólo fue el encuentro de hermanos, de parihuelas o de pasos, fue el encuentro de grandes y antiguos capataces, J. Berrocal, Patricio Carmona, Rafael Muñoz, de hermanos mayores, de grandes amigos, grandes costaleros, personas unidas por una misma fe que viven ya la pasión de nuestro señor de una manera especial.
Que privilegio vivir esos momentos, esos comentarios, esa sabiduría, esa historia allí reunida, pues no olvidemos que lo que hoy tenemos, lo que hoy conocemos viene de ellos, viene de su labor durante años, durante noches frías y oscuras como la de ayer. Hoy recogemos sus frutos y donde ayer iban justos y sin saber, hoy van cuadrillas repletas con oficio y buen hacer.
Anoche se respiraba pasión, compromiso, alegría y devoción. Disciplinadas cuadrillas, cada cual a su labor seguía su caminar, en silencio con fervor. No se vio ayer, amigo Fernando, indisciplinados costaleros, ni vestimentas extrañas, ni siquiera una voz que rompiera la armonía ni el silencio. La noche los unió y la pasión los igualo. Ayer, sólo vi respeto, hacia la voz que ordena, hacia los ojos que guían y el aldabón que suena.
Anoche, en Colón, el destino nos juntó, y la noche costalera un sonido nos dejó, el rachear de alpargatas y el de alguna oración, por un nuevo nacimiento y por alguna defunción. Y es que ensayar no es solo coger los kilos sin más, pues para ser costalero hay que saber rezar.