Esther Mª Ojeda. Corría el año de 1974 cuando la Semana Santa de Córdoba contaba con ver a la Virgen de las Angustias con un esperado estreno: el de su manto morado. Una riquísima pieza por la que la hermandad se complacía sobremanera, sabiendo que ese manto se convertiría en el símbolo del período de auténtico esplendor que la cofradía atravesaba en esa década, máxime cuando otras corporaciones vivían verdaderas crisis económicas y lapsos de decadencia.
La hermosa iniciativa nacía en 1970 con la propuesta que Manuel Mora Valle presentaba con su propio diseño. Tras meditar dicho proyecto, la Junta de Gobierno de la Hermandad de las Angustias da su visto bueno y decide aprobarlo finalmente en la fecha del 25 de julio de 1971, festividad de Santiago.
Para acometer tan minuciosa y compleja labor, la corporación sopesó varias posibilidades tras recibir los presupuestos ofrecidos por la Casa Roses de Castellón, los sobrinos de Don José Caro de Sevilla y las Esclavas del Santísimo y la Inmaculada con las respectivas cifras de 870.000 pesetas, 900.000 pesetas, 950.000 pesetas. De entre ellas, fueron las Esclavas del Santísimo y la Inmaculada las elegidas para realizar dicha pieza fundamentando su decisión en que estas pertenecían a una institución religiosa de Córdoba acreditada que además contaba con el aliciente de posibilitar un seguimiento del proceso de confección.
El elevado coste del manto forzó a la hermandad a emitir bonos de Tesorería de 5.000, 1.000 y 500 pesetas. Además, la corporación debió contar con los socorridos recursos que ofrecían los festivales taurinos y las aportaciones hechas por los devotos entre los que incluso se pudo contar al general Franco – Hermano Mayor Honorario – quien colaborase aportando la cantidad de 3.000 pesetas.
Al fin, el coste llegó a alcanzar la vertiginosa cifra de 1.000.000 de pesetas, lo que supuso motivo más que suficiente para las críticas comenzaran a llegar a la cofradía en forma de carta, pues algunos alegaban con gran convicción que tan ingente cantidad de dinero podría haberse destinado a unas prioritarias obras de caridad, que en ese momento podrían haber ido enfocadas a los "22.000 parados en Córdoba, familias con viviendas inadecuadas, falta de escuelas, etc.", según cita textualmente la propia página web de la Hermandad de las Angustias.
Así y todo, la hechura del manto se llevó a término y se estrenó finalmente en la jornada del Jueves Santo de 1974, ocasión para la que se había acordado que el grupo escultórico incluiría en su recorrido una parada en la Plaza del Colodro a fin de que sus artífices pudieran contemplar a la Santísima Virgen luciendo su obra. Sin embargo, las condiciones climatológicas lo impidieron y la hermandad se vio obligada a volver a San Pablo con gran rapidez, de modo que ese momento tan especial no se produjo hasta el año siguiente.
Sin soltar este tema aunque más allá de la polémica, la revista Patio Cordobés en su edición del año 1972 buscaba profundizar más en el tema y acercarse a conocer de primera mano el avance del que sería el nuevo manto de la Virgen de las Angustias. Para ello, Antonio Gil Moreno y un denominado Ladis-hijo llegaban como invitados al Convento de las Esclavas del Santísimo y la Inmaculada en una visita para la que la propia superiora, la madre Lucila, se encargaba de recibirlos.
Sin muchos preámbulos, ambos se decidieron a solicitar a la Madre Superiora permiso para poder ver el punto en el que se encontraba el manto que su comunidad estaba bordando para la Virgen de las Angustias, viéndose incluso en la necesidad de insistir ante los pretextos de la madre Lucila, pues esta aseguraba que apenas había algo que ver en ese concreto instante.
Sin embargo, sus deseos se vieron realizados y al fin Antonio Gil y Ladis obtuvieron el beneplácito con el que acceder a la sala donde las monjas se hallaban inmersas en sus tareas de confección. Allí, las hermanas aunque tímidas y huidizas en cuanto a las fotografías, mostraron solícitas el diseño del propio Manuel Mora que seguían para la ornamentación. Un diseño exquisito que requería bordado de realce en oro y pedrería y, por lo tanto y según las propias afirmaciones de las monjas de la congregación, entrañaba una enorme dificultad.
En efecto, las hermanas no habían avanzado mucho aún – apenas hacía tres meses que comenzaron – pero ya se podía apreciar que terminaría siendo una obra de gran belleza para el que se estaba empleando oro fino de la mejor calidad para el que cabía añadir “lo mismo que lo ve usted ahora, se conservará siempre”. No obstante y aunque como ya hemos mencionado anteriormente, el manto sería estrenado en 1974, lo cierto es que las previsiones indicaban que ese estreno debía de haberse producido un año antes, según las palabras de las propias Esclavas del Santísimo y la Inmaculada
Ante la diversidad de opiniones que la confección del nuevo manto había desencadenado, no entraba en los planes de Antonio Gil evitar la polémica del coste. Con absoluta sinceridad, la hermana Isabel Iglesias reconocía que se trataba de un encargo muy caro, pues solo en ese momento la cifra ya llegaba a las 40.000 pesetas. Una respuesta que conducía a otra obligada pregunta: “¿cree usted que se puede gastar tanto dinero en un manto a la Virgen?”. De forma inmediata y también sin dudar, Isabel Iglesias admitía no entender de otros factores, lo que no le supuso inconveniente para manifestar rotundamente que “la Virgen se lo merece todo y hay que darle lo mejor”.
Se cerraba la entrevista con una nueva reflexión propuesta una vez más por Antonio Gil: “¿no cree que va a costar mucho dinero?”. Por sobreentendida experiencia, la monja de la comunidad volvía a contestar con un “no” que se apoyaba en la calidad superior del oro fino y en las interminables horas de trabajo durante lo que, en un inicio, pretendía ser un año y medio.