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domingo, 23 de agosto de 2015

El cáliz de Claudio: El gran robo a las cofradías


Una mañana te levantas y, aun con el pensamiento en las sábanas, te tomas un café y comienzas a planificar el día. Piensas que es una jornada más. En verdad, ni lo piensas porque lo cotidiano pasa desapercibido hasta que ves, escuchas o lees algo (o no lo ves, lo escuchas o lo lees) y te apercibes de que, todo lo que una vez creiste, bien era falso, bien estabas equivocado o, tal vez, te lo han robado.

Esto último es lo peor, sobre todo, si el hurto te lo han hecho en tu cara, con premeditación, alevosía y nocturnidad (aunque esto último ya no se incluya entre los agravantes de la pena). De repente, caes en la cuenta de que te han quitado las cofradías, no en un sentido literal, pero sí lo que hacía de ellas algo especial, atrayente. Su iridiscencia natural.

Puede ser a cualquier hora del día cuando descubras que alguien cuestiona el número de ocasiones al año en que ocupas la vía pública. En el argumentario del surrealismo todo vale. Y te preguntes por qué este carnaval de titulares no se lo guardan para febrero, cuando procede y dignifica más que ver una fiesta no languideciente, sino que ya es cadáver y para colmo huele.

O te interrogas sobre cómo se puede intentar desviar la atención hacia el mismo foco una y otra vez, cuando los problemas que nos acucian siguen presentes por más que se los quiera ignorar. Entonces alguien levanta la mano y nombra por su nombre el nombre de los que ahora se asocian y ya lo fueron y siempre tuvimos los mismos problemas. La diferencia es que entonces las cofradías no eran una víctima propiciatoria. Ahora sí y, para colmo de males, los recién salidos del gobierno quisieron a desde que se confundiera hermandades con su partido y la venganza cobra rasgos de inmediatez.

Ahora, los mismos que acudían prestos a la foto callan. Cobardes o prudentes, nadie alza la voz, mientras otros se apoderan de ella. Las cofradías siempre fueron símbolo de independencia y libertad. Ahora no son más que un gran solar donde, el que más y el que menos, acude a saldar cuentas, intentar ascender en esa banda en que se han convertido y en salir corriendo cuando viene el policía. En casa, o sin policías delante, todos somos valientes.

Blas Jesús Muñoz 









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