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martes, 11 de agosto de 2015

Enfoque: La condena del Himno, la sentencia del símbolo


Blas Jesús Muñoz. No se trata de algo novedoso. Ni mucho menos es fruto de un resultado electoral y, por ende, del mapa político que ha planteado tras de sí. Deslindar "lo religioso" de lo público es una vieja aspiración y en ella radica el verdadero problema, más allá de absurdas prohibiciones que dan más pena que risa y vienen a demostrar el "nivel" de unos regentes que deberían estar preocupados de los verdaderos problemas de la gente, mientras -a su modo- realizan lo que tanto critican a la autodenominada casta.

Unas líneas no van a cambiar la clarividencia del que manda y no va a cambiar su discurso prohibitivo por ponerse manos a la obra y, por ejemplo, elaborar concienzudamente un plan de empleo. Pues eso último otorga reconocimiento a largo plazo y, aquí, en esta patria sin himno y sin letra (más allá de la denostada de Pemán), solo sabemos mirar hasta los próximos cuatro o cinco metros, en el mejor de los casos.

Chapoteamos (ni siquiera nadamos) en la supervivencia, en la ocurrencia y en el más surrealista de los chascarrillos. Y llega cualquier iluminado y nos dice que la separación Iglesia-Estado se halla en el punto exacto de no tocar el himno en las procesiones. Sin embargo, como no dan ni para tal extremo, lo que verdaderamente no les gusta es el himno en sí porque representa a un país que se ve que detestan y cuyo cambio pasa por marcharse de él, a través de prohibiciones absurdas. Cuando construir y colaborar sería lo más sensato y más de izquierdas que cualquiera de sus postulados de apóstoles y falsos profetas leninistas.

Iba a comenzar proponiendo que tocaran "Paquito el Chocolatero" en los mítines de la alcaldesa de Sueca para darle a la señora la seriedad que merece. Y luego tenía intención de explicarles que lo que se toca es la Marcha Real porque simboliza no al Rey de España, sino la Realeza de Cristo, Profeta, Sacerdote y Rey del Universo. Si le suena a carca, deje de leer Gente de Paz y cosas de cofradías porque son religión, la fe de un pueblo entendida de esta manera. Tan rancia que quieren acabar con ella y no saben cómo, pero ya dan, como un bebé, los primeros pasos.










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