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miércoles, 10 de febrero de 2016

Donde nace el Azahar: Amortajado en un Sepulcro vacío


Blas J. Muñoz. El recorrido de nuestro protagonista (llamémosle Javier) no es cronológico, sino transversal por la Cuaresma de su vida. Un itinerario emocional, de sensaciones contrapuestas que nacía al amanecer del Viernes Santo de sus recuerdos, donde la luz y las sombras se conjugaban entre las aceras amarillas del pasado y la oscuridad pesada de la noche que llama timorata al luto.

Hacía calor en aquella iglesia, donde el hábito le otorgaba la soledad perseguida. La llama de su cirio se reflejaba en las cavidades que dejaba entrever unas pupilas atentas a la danza ritual del fuego. El olor de la cera se le incrustaba en la pituitaria desde la Palma misma de la mano que la sostenía. El cortejo estaba dispuesto y Javier observaba como el catafalco parecía tomado por una tonalidad opaca que envejecía los matices áureos del paso mortuorio. 

Dejó atrás las puertas abiertas del templo a la ciudad y camino las calles de otro tiempo. No era capaz de mirar los rostros que observaban atónitos desde la acera. Tampoco miraba al frente ni se giraba para contemplar cuanto le precedía. Con la mano izquierda, acariciando el chinz a la altura del cuello, sus pensamientos estaban muy lejos y enraizados más allá del suelo que pisaba.

Recordó otras tardes como aquella cuando la sensación de vacío era infinita. Y supo que su camino estaba al frente, sin descanso ni pausa, tras del cuerpo yerto, delante del Duelo místico. Miró a la ciudad con el asombro mismo del primer recuerdo y se descubrió a sí mismo, sabiéndose Amortajado a su Sepulcro vacío porque en la certeza de la resurrección se halla la esperanza y, antes de ella, la muerte nos abate y nos iguala...





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