José Ignacio Dionisio. Si hay un día especialmente significativo para los Católicos practicantes que vemos en la Semana Santa algo más que muchedumbre y cofradías, ese es sin duda alguna el Viernes Santo. Día de luto y tristeza que embarga los corazones de los que creemos a pies juntos en el sufrimiento y muerte de Jesucristo, y eso, la Hermandad de la Inmaculada Concepción y Cofradía de Nuestro Señor Jesucristo del Santo Sepulcro y Nuestra Señora del Desconsuelo en su Soledad no solo lo muestra sino que lo contagia por las calles cordobesas.
Buena muestra de ello es la imponente puesta en escena del cortejo de dicha hermandad en su estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral, y que gracias a las cámaras de la Diócesis de Córdoba podemos ver inmortalizada. Aparecía por la Puerta del Perdón la peculiar Cruz de Guía portada por uno de los cientos de elegantes nazarenos que con su hábito negro son fiel reflejo de las lágrimas que desbordan los ojos de los presentes al sentir la pena palpable de ver en la lejanía a Jesús postrado en el sepulcro dorado que como estrella de salvación irradia destellos favorecidos por la luz encauzada al protagonista. Ya gira el Sepulcro, el imponente lugar elegido por esta clásica cofradía para que su titular, “nuestro titular”, el que es centro de nuestras vidas descanse por apenas tres días. Una mezcla perfecta de ese peculiar incienso de Viernes Santo junto con la cera que emana de los maravillosos faroles que en la fría noche cordobesa alumbra su camino y muestra su destino, se apodera del Patio de los Naranjos. Avanza con ese paso acompasado de los que rachean el pie lanzando suspiros de manera repetida a las órdenes cortas y profundas del que se convierte ya en el capataz de todos, del que acompaña a Jesús en toda su pasión y que podemos ver cambiar de semblante a medida que el Señor avanza capítulos en el tormento que ya Él conocía. Se postra el Señor delante de nuestra Catedral, de la historia viva de nuestra Ciudad y nuestra fe. No quiere hacer ruido, no quiere ser protagonista y aún así lo es, además con la mejor banda sonora posible como es el racheo del paso decidido de sus costaleros y del trío musical que acaricia cada nota como si se tratase del mismo rostro del que ya muerto aún nos reconforta.
Él ya está dentro, pero la nube de tristeza se nota en aumento. Se palpa la húmeda y amorosa presencia de quien se aflige en su dolor, de quien a pesar de venir acompañada se siente sola en la inmensa pesadumbre de quien pierde el amor de un hijo. Aparece más decidida si cabe que quien le precede, con paso asentado y elegante que no hace sino dar ejemplo de que el ser reina no se lleva por título sino por Desconsuelo, ese mismo Desconsuelo que como una estela, deja tras de sí entremezclado con el olor del azahar que acompaña a la mismísima madre de Jesús junto con quien es nombrado poco antes como hijo suyo -San Juan- y la que le acompaña en su tormento silencioso -María Magdalena-. Mater Lacrimosa que justo antes de entrar tras su hijo yacente, frena su paso para que desde fuera enciendan la candelería para que Córdoba entera pueda ver su bello como agotado rostro dando ejemplo de lo que es el verdadero amor, un sentimiento que esta Hermandad muestra desde que se siente tan solo su presencia en las puertas de La Compañía.
El resto de la estampa sería difícil de describir por su belleza, esa que crea el interior de nuestro Templo Mayor y que completa el dorado de la capilla andante de Nuestro Señor ya muerto, y su Santa Madre que le sigue como quien espera ver a su hijo decir adiós, o en este caso, su maravilloso y eterno... hasta luego.
@JoseIDionisio
Foto Jesús Caparrós