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sábado, 2 de abril de 2016

Mi luz interior: Mi recuerdo más hermoso


Fue a eso de las... bueno ¿qué más da la hora?. En realidad, ¿qué más da el sitio? e incluso ¿qué importancia tiene con qué nombre conozcan a María?. Yo estaba cansada después de tantas horas alumbrando con mi cirio su caminar. Al menos no había hecho el frío de los días anteriores, pero es cierto que se notaba que todavía estábamos en marzo. Eso y que una ya no es una niña supongo. Pero ni mi cansancio, ni las primaveras acumuladas, ni nada de nada me hicieron nunca plantearme dejar de ser una gota más en el sendero de promesas que marcan su itinerario cada Semana Santa, tal y como siempre hice junto a mi padre, tal y como él me enseñó.

Había estado absorta entre mis reflexiones, dice un amigo mío que es una de las maravillas de ser nazareno, unas horas en silencio contigo misma. Caminé durante horas sin mayor pensamiento que mis propios asuntos, aderezados con los inevitables recuerdos que me invaden cada vez que mi túnica me hace convertirme en anónima. Y a pesar de la fatiga, casi sin darme cuenta, regresamos al punto de partida y le cedí mi cirio a quien amablemente los recogía para atesorarlos para siempre.

Después de unos minutos que parecieron siglos apareciste por el cancel de tu casa, inmensa tras tu candelería derretida, preciosa como siempre, mágica, infinita... con ese brillo en la mirada de Mujer y Madre a la que han arrancado la flor más preciada de su jardín y al mismo tiempo con la fortaleza de quien jamás se pliega ante quienes se empeñan en hacer arrodillar a sus semejantes. ¡Fue un instante indescriptible! Aquellos hombres que con sus costales te rezan lograron una vez más lo imposible y tus varales atravesaron uno a uno las jambas de las puertas de tu reino sin que más allá de un leve roce de tus bambalinas profanasen el momento. Sólo la voz de tu capataz retumbaba en el paraíso entre el silencio y la respiración contenida de todos cuantos esperábamos tu mirada.

Tras el milagro, la calma... y aquellos hombres te depositaron frente a tu Hijo en medio de la penumbra y la satisfacción refrenada. Todos se acercaron entonces a calmar tu amargura y a ofrecerte consuelo y al mismo tiempo a inundarse de tu infinita fortaleza. Yo esperé mi momento hasta que la muchedumbre se fue disipando lentamente y me acerqué a Tí. También tú tenías carita de cansada, ¿cómo no si habías estado derramando tu rocío por las plazas y rincones durante horas enteras? Te miré en silencio y nuestras pupilas se cruzaron y mi vello se erizó, y no fue necesaria ni una sólo palabra para sentirme reconfortada, para notar que mi luz interior se alimentaba con la tuya. Y fue en ese preciso instante cuando volvimos a renovar aquella alianza que Tú y yo firmamos cuando tanto te necesité aquella lluviosa noche de Enero cuando llegó a mi vida quien todavía me llaman mamá cuando se siente sola en mitad de la madrugada.

Sequé mis lágrimas, acaricié suavemente tu respiradero y sin que nadie me viese, robé una rosa de tu costero, que guardé entre los pliegues de mi túnica para que nadie me impidiese llevarme un trocito de tu Gloria conmigo. Antes de marcharme volví mi vista atrás y te miré a lo lejos radiante y maravillosa a la luz de los cirios... y supe que allí estarías, esperándome como haces siempre, pacientemente, durante doce largas lunas. Te miré desde la distancia y solamente puede despedirme en silencio de Tí...

- "Te quiero Madre Mía... te quiero y te necesito... Descansa..."


He dicho


Sonia Moreno


Foto Jesús Caparrós








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