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sábado, 30 de abril de 2016

Mi luz interior: Los maestros de la cuchufleta


Cada vez que me detengo a observar aquello que me rodea es inevitable que siempre acabe pensando por qué no son las cosas como se imaginan en lugar de cómo realmente son. Y es que al final del camino una siempre se acaba encontrando los mismos regalitos que encantada de la vida y con un lindo lacito les enviaba como cordial y fraternal presente a las capitales vecinas. Si. ya se lo que me van a decir, que bastante tendrán los demás sobre sus hombros como para que vayamos los cordobeses a regalarles nuestras propias miserias pero imagino que es inevitable que una se fije más en las carencias al alcance de la mano que las presuntas más allá de nuestras fronteras.

Esta mañana me subí con mi hija en el autobús y antes de que mis pies se plantasen dentro de aquella máquina infernal, recordé de sopetón por qué hago encajes de bolillos para evitar utilizar ese maravilloso servicio público que disfrutamos por obra y gracia de esos políticos que tanto merecemos, esos impagables gestores que mantienen a la ciudad de Córdoba como un auténtico referente económico y de creación de empleo (apréciese la ironía), una ciudad que alcanza en estas fechas primaverales sus mejores datos de ocupación hotelera a pesar de un plan turístico completamente paralizado que se traduce en un estancamiento en la potencial creación de empleo derivada por el inmovilismo de quienes nos representan. 

El autobús iba repletito de cordobitas hablándose a gritos y con horrorosas batas (los trajes de gitana hace décadas que desaparecieron de nuestras calles) que iban presurosos a participar en un pasacalles de academias de baile, un ridículo ejemplo de arte con mayúsculas (apréciese de nuevo la ironía) al que ciertos advenedizos disfrazados de ilustrados han reducido la cultura de nuestra de ciudad, junto con los pesadísimos recitales de niñas cantando las mismas coplas de siempre y los coros que son cualquier cosa menos rocieros, integrados por incapaces de distinguir una rumba de unos tangos y cantando sistemáticamente la misma sevillana con distinta letra. Me extrañó que nadie se arrancase con el Soy Cordobés en semejante reunión, pero para satisfacción de mis oídos, nadie llegó a ese extremo. Luego me paseé por buena parte del centro junto a algunas cruces que espetaban música del Arrebato y artistazos por el estilo a todos los que teníamos la mala suerte de pasar por allí y recordé por qué ya no me interesan las cruces y aquellos tiempos en las que las sevillanas eran protagonistas de una fiesta que alguien se encargó musicalmente de destrozar hace años.

Vivimos en una ciudad que goza de un potencial prácticamente infinito que sus dirigentes se empeñan en dilapidar, literalmente, cada vez que tienen ocasión destinando el tiempo para el que reciben un sueldo que sale de nuestros bolsillos en idioteces como vestir a un modelo de San Rafael con un medio de vino en la mano, o el dinero que les damos para que lo gestionen en un cartel que ha hecho una japonesa que no tiene absolutamente nada que ver con Córdoba en Mayo y que estoy convencida que no ha hecho por amor al arte.

El colmo de la vergüenza ha sido la cesión de una sala municipal, para que los amigos del vendeburras de la coleta y del tipo que se pasea con bici por el carril que entre todos le hemos pagado, esa pandilla de odiadotes autodenominada Córdoba Laica, ese club privado que lleva años insultando, atacando y vilipendiando a todo lo que huela a cristiano, use una sala que me pertenece, como al resto de cordobeses y cordobesas (a ver si así me entienden estos catetos del lenguaje), para exigir la expropiación de la Mezquita Catedral (Catedral hasta hace unos días). No me negarán que la operación es un ejercicio de cinismo espectacular. Les ceden a un grupo de individuos un edificio de nuestra propiedad para que defiendan que nos roben lo que nos pertenece. Es como si se meten en el salón de mi casa para exigir que me la expropien. En fin la cuadratura del círculo.

Y es que en el castigo llevamos la penitencia. Al final las ciudades no son más que el reflejo de sus ciudadanos y el poder casi omnipotente de quienes nos desgobiernan la consecuencia del silencio cómplice de quienes callan ante los ataques continuos que reciben. ¿Que visten a un fantoche de San Rafael en el Ayuntamiento con un medio en la mano, cachondeándose de nuestro Custodio, entre el choteo de quienes predican en ese panfleto que lleva atacando a la iglesia y a los cristianos día si, día también? Silencio sepulcral por parte de los ciudadanos. ¿Que los de Podemos le prestan una sala que no es suya, sino nuestra, al Club de Odiadores de Cristianos de Córdoba, mientras el PSOE dice con todo descaro que no sabía nada y su socio de desgobierno le quita importancia? Silencio sepulcral por parte de los ciudadanos. 

Si queremos respeto la única forma de lograrlo es levantar la voz cada vez que nos intenten pisotear. Si nos callamos otorgamos y permitimos que nos humillen que es lo que pretenden todos estos personajillos. Y mientras algunos intentan machacar a una parte de la ciudadanía, la única preocupación del cordobita medio es inundar las cruces de suciedad, orina y botellón (medio centenar de denuncias en una sola noche) poniéndose hasta arriba de ese repugnante mejunje que llaman rebujito, despreocupándose de si seguiremos instalados en el culo del mundo el día siguiente a que este desmesurado mes llegue a su fin. 

A veces pienso que cada día nos parecemos más a esa Cádiz que denuncian los comparsistas, esa que oculta su realidad bajo las tablas del Falla cada mes de Febrero y que sólo nos falta a nuestro propio Kichi haciendo el indio en nombre de la defensa de sus propios intereses… luego me acuerdo de la chirigota continua en la que algunos han convertido nuestro Ayuntamiento y rectifico inmediatamente. Somos los reyes de la autocomplacencia, los líderes de la mediocridad y los maestros de la cuchufleta. Al menos somos los números uno en algo.

He dicho

Sonia Moreno











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