Guillermo Rodríguez. Este sábado se cumplen once años de un acontecimiento que forma parte de la memoria colectiva de la Córdoba Cofrade. El 19 de noviembre de 2005 es una fecha grabada con letras de oro en la historia de las hermandades de la ciudad de San Rafael, de San Acisclo y de Santa Victoria. Aquel año, con motivo del Año de la Eucaristía y del XVII Centenario de los Santos Mártires, las hermandades de la ciudad decidieron realizar una Peregrinación Jubilar a la Basílica Menor de San Pedro, lugar en el que se hallan los restos de los Santos Mártires cordobeses. Una peregrinación a cuya participación se invitó a todas las hermandades de la Diócesis pudiendo ganar la Indulgencia Plenaria con la asistencia a la peregrinación y a la celebración.
Pero aquella no fue una jornada para la historia únicamente por esa razón sino porque aquél día y enmarcada en esta celebración, tuvo lugar la Salida Extraordinaria de Nuestra Señora Reina de los Mártires. Una salida muy especial porque supuso la primera vez que la hermosísima dolorosa que tallase Castillo Lastrucci, en los años cuarenta del siglo pasado, caminase con acompañamiento musical, cumpliendo así el deseo soñado en multitud de ocasiones por un gran número de cofrades cordobeses de entremezclar el inconfundible sonido del fleco de bellota del maravilloso palio que ejecutara Esperanza Elena Caro para la Reina, al golpear contra los varales, con las notas de marchas como "Salve Regina Martyrum" pieza que el inolvidable Gámez Laserna dedicase en 1950 a la imagen o “Saeta Cordobesa” que el propio autor compusiera en 1949 para la corporación de San Hipólito. También para muchos fue la primera vez que pudieron ver a la joya de San Hipólito a plena luz del día, a pesar de que ya lo hizo a principios de los años sesenta del siglo XX, cuando procesionó en la tarde del Viernes Santo.
El caminar del palio fue acompañado en aquella histórica jornada por dos formaciones musicales de una indiscutible categoría, las Bandas de Músicas de Nuestra Señora de la Oliva de Salteras y del Maestro Tejera, una a la ida y otra al regreso, componiendo una estampa inolvidable para los miles de cofrades, cordobeses y venidos de diversas partes de la geografía andaluza, que se dieron cita para ser testigos del acontecimiento, acudiendo a la llamada sin importar el Real Madrid-Barcelona ni el Sevilla-Betis que la casualidad quiso hacer coincidir aquella jornada inolvidable.
A las 16:15 horas se abrieron las puertas de la Real Colegiata de San Hipólito para que, tras la cruz parroquial, el nutrido cortejo, formado por más de ochenta cofradías iniciaran su peregrinación jubilar hacia la Parroquia de San Pedro. Media hora después, el éxtasis. La Reina de los Mártires salió de su templo a una abarrotada plaza de San Hipólito que aguardaba expectante para vivir un trocito de historia. El tiempo se detuvo cuando comenzó a sonar su marcha y el paso de la Virgen, gobernado por el contrastado capataz Lorenzo de Juan, reviró buscando Gran Capitán, llevada a hombros por una numerosa cuadrilla de costaleros del Cristo de la Buena Muerte y del paso de palio, así como antiguos costaleros de la cofradía y muchos otros que quisieron ser partícipes de la historia. El cortejo avanzó por Gondomar y Tendillas buscando la Espartería bajo la luz vespertina, levemente amenazada por unas pequeñas gotas que apenas inquietaron a la bulla que acompañó a la Reina en su devenir hasta San Pedro. Un devenir que dejó instantes insólitos como cuando sonaron marchas como “Pasa la Macarena” o “Estrella Sublime” para la Reina de los Mártires.
En Capitulares, la corporación municipal entregó a la Virgen la Medalla de Oro de la Ciudad y se incorporó bajo mazas y tras el paso, a la comitiva en peregrinación, evidenciando en determinados aspectos se cumple la máxima de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Tras descender Rodríguez Marín y avanzar por la Corredera y Juan de Mesa, donde se produjeron escenas de especial belleza, la Reina entró a media altura en San Pedro para presidir la celebración litúrgica en el lugar en el que descansan sus hijos. En la magnífica crónica de aquella jornada, Antonio Varo –otro de los elementos que certifican que a veces se cumple la máxima que les mencionaba- calificaba de “sublime paradoja” el hecho de que “si en las cortes humanas los vasallos cumplimentan a sus reyes, en la peregrinación jubilar de las cofradías fue la Reina de los Mártires la que se desplazó a San Pedro para felicitar a dos súbditos suyos que hace diecisiete siglos fueron los primeros hijos de esta tierra que dieron su vida por la fe del Crucificado”.
A pesar de que unas precipitaciones puntuales hicieron temer lo peor, el palio de la Virgen salió de San Pedro para retornar a su hogar, esta vez acompañado por la Banda del Maestro Tejera, recorriendo a la inversa idéntico itinerario y volviendo a deparar multitud de imágenes para el recuerdo, auténticos tesoros para aquellos que tuvieron la suerte de vivirlos. Pocos podían imaginar, por aquél entonces, que sólo unos años más tarde se volvería a reproducir una imagen similar con motivo de la celebración del Vía Crucis Magno. Sea como fuere, el 19 de noviembre de 2005, Córdoba hizo historia de la mano de la Reina de los Mártires. Una jornada única e irrepetible que muchos contarán a sus hijos.
Fotos Francisco Rafael Yépez Pino y Francisco Gómez Sanmiguel