No podemos abandonar nuestra vocación de ser azul. Azul como la mañana de cualquier Domingo de Ramos ensoñado de nuestras vidas. Aquellos de la infancia caminando hacia el corazón de la urbe por María Auxiliadora. Era y es un azul matinal, un azul salesiano, un azul Trinidad, un azul que se desgrana cubriendo el cortejo emocionante de niños y palmas, por las facciones de Jesús de los Reyes, que se fracciona entre los varales del palio de la Palma. Y, de camino, inunda las calles expectantes con su gentío tan necesitado de Dios, de una Esperanza que vendrá con la tarde.
Y el azul se va transformando en su tonalidad conforme avanza la jornada. Y así la tarde ya nos lo trae con una tonalidad de sol intenso en la calle que nombra a Juan de Mesa, cuando la Cruz de Guía de las Penas recorre con paso seguro los inicios de su itinerario. Es más que un color, casi una promesa desde hace muchos años ver la cofradía allí. Antes apenas éramos un puñado de personas que observábamos la naturalidad con que una hermandad se desenvuelve por la ciudad como si cada día fuese así. Pero poco importa que ahora los espectadores se arremolinen, es mejor. La Virgen de la Concepción avanza hacia nosotros para acogernos bajo su manto, mientras en las retinas aún sigue la silueta del Cristo, escoltado por su Madre y San Juan, enmarcado por los pretéritos muros de la Calle del Poyo.
Y el azul se va transformando en su tonalidad conforme avanza la jornada. Y así la tarde ya nos lo trae con una tonalidad de sol intenso en la calle que nombra a Juan de Mesa, cuando la Cruz de Guía de las Penas recorre con paso seguro los inicios de su itinerario. Es más que un color, casi una promesa desde hace muchos años ver la cofradía allí. Antes apenas éramos un puñado de personas que observábamos la naturalidad con que una hermandad se desenvuelve por la ciudad como si cada día fuese así. Pero poco importa que ahora los espectadores se arremolinen, es mejor. La Virgen de la Concepción avanza hacia nosotros para acogernos bajo su manto, mientras en las retinas aún sigue la silueta del Cristo, escoltado por su Madre y San Juan, enmarcado por los pretéritos muros de la Calle del Poyo.
Y el cielo vibra sobre la Puerta del Puente. Es una hora similar, pero no es el mismo azul. Lleva un fuego en la mirada del Señor del Silencio, un ocre sobre la sombra del Cristo del Amor proyectada en sobre la fachada lateral de la Catedral de la Córdoba eterna que ensoñaron los poetas. Primero la sombre, luego la Imagen que te llama. De nuevo, bajo el triunfo la cofradía regresa al barrio de Fray Albino, pero ya con otro azul tumefacto porque la noche es azul hasta en su punto más oscuro, cuando la luna nos mira encandilados.
En San Andrés suena la Saeta y el Gitano rompe la tarde. El poema hecho canción, la canción marcha y el tiempo nos quiere llevar a otra Semana Santa de patios y palmeras, de jardines en interiores en los alrededores de Orive. Y sobre María Santísima cae la flor a sus pies. La flor que nace en la ciudad que es suya. En su mirada hermosa. En la música de su banda que no la envuelve porque es al revés. Es el azul que presagiaba la mañana y, una vez llega, te alcanza con el asombro encarado de otra ilusión que nace.
La noche va trayendo su tonalidad más oscura, pero sigue ese color que trae de la mano al Señor que cuida a sus hijos. El Rescatado ha observado a cada paso el cambio de matiz. Y, cuando desciende por María Auxiliadora, la mañana queda ya muy lejana. Parece que la urbe es otra y, al verlo, la conmoción te atrapa porque ya nada queda como antes. Todo ha cambiado. El Rescatado marca su origen y destino, mientras sabes que el engranaje que ha despertado cada año es diferente como su mirada que ste renueva.
Y en San Fernando fluye el aroma de la despedida. La noche ha calmado el rigor del astro y la Candelaria camina dulce de la mano de su capataz, al que Ella eligió, el mismo que hoy ha cumplido sus bodas de plata. Los naranjos dejan ese azahar que, durante la tarde parecía rasgar los sentidos mismos de la primavera. El Huerto ha cruzado el umbral de su tiempo, el Amarrao se sitúa en el Compás y la Candelaría se gusta en los últimos compases de este Domingo de Ramos.
Un Domingo ensoñado, suplicado, rezado, vivido. Todo está aquí junto, entre nosotros. Como el Hijo de Dios que es, como la ciudad que le reza. Todo es una vocación de ser azul, de rendirle culto cuando nos atrapa la primavera. Todo está empezando; todo se está viviendo; todo acabará, pero aun estamos a Lunes Santo.
Blas Jesús Muñoz
Fuente Fotográfica: Francisco Román Morales y Gente de Paz