Estaba escrito. En los pronósticos y en los corazones. La jornada del Domingo de Ramos iba a ser radiante, y bien mantuvo su adjetivo hasta que, a eso de las 21:00, el sol ya se había abandonado y con él las elevadas temperaturas que resultaron ser las protagonistas del estreno de la Semana Santa.
Día de mangas cortas, abanico y helado, como esas Semanas Grandes que ya se antojaban utópicas, en las que el público abarrotaba las calles y plazas de la gran Carrera Oficial que es Sevilla. Eso sí, en la versión de ayer el gentío fue más reducido que en el pensamiento. Hubo, sí, pero era fácil sortear las bullas y callejear con soltura. Si bien es cierto que pareció observarse un importante crecimiento de la afluencia de público más allá de las horas centrales de la tarde.
La Plaza del Salvador, sempiterno punto de encuentro y de contemplación de las procesiones, estuvo repleta de familias que no quisieron perderse la recogida de la Sagrada Entrada en Jerusalén, el gran estreno del año y que, en este 2014, se presentó aún más dulce si cabe, para gusto sobre todo de los más pequeños. La cantera cofradiera de Sevilla aguantó por las calles hasta más tarde de lo acostumbrado.
Cada Domingo de Ramos, la hermandad del Salvador se reorganiza tan pronto entra La Borriquita, que supone el primer bloque de la cofradía del Amor. En poco más de hora y media, son los adultos nazarenos negros los que bajan por la rampa. Sin embargo, en la jornada de ayer la espera se dilató media hora más. La que hasta entonces habían ido dejando de retraso las distintas hermandades del día y que siempre suele sufrir la última que cierra los desfiles.
Realmente no ocurrió incidente alguno. El simple devenir de la tarde fue acumulando minutos que, cuando aún San Roque se encontraba transitando por La Campana, planteó a la Hermandad del Amor Salir a las 21:30 y así evitar parones innecesarios.
En torno a esa hora se vivió la gran efemérides del día. La Paz pasaba por el interior de la Plaza de España arropada por el fervor de su barrio del Porvenir y de cuantiosos cofrades que no quisieron dejar de plasmar en sus retinas lo que hace no tanto tiempo ocurría habitualmente. Marchas dedicadas a la dolorosa de Illanes y una saeta de Manuel Cuevas pondrían broche de honor.
En Jesús Despojado también era año de conmemoraciones. Se cumplían 75 desde que Antonio Perea gubiase el busto del Señor, y Sevilla pareció querer recompensarlo llenando hasta los topes la Plaza de Molviedro, que se confirma como uno de los epicentros del sentir cofradiero. Marchas como Margot o Valle de Sevilla, interpretadas en el peculiar estilo de la Banda del Liceo de Moguer fueron el componente musical perfecto para una complicada entrada del Palio de Dolores y Misericordia.
También en la Cena había fechas que rememorar, de la manera que mejor domina la hermandad de los Terceros: con un discurrir sin excesos, con un andar sobrio, elegante. Muchos cofrades aplaudieron la recuperación de los faroles del paso de Misterio, especialmente al caer la noche y percibir que la luz que éstos proyectaban era más ténue e intimista que la de los candelabros de guardabrisa.
Mientras tanto, en la Carrera Oficial las corporaciones habían tratado de paliar el retraso aglutinando a sus nazarenos y penitentes en filas de a 4, incluso de a 5 en los últimos momentos de la noche. Había que imprimir mayor celeridad a los cortejos. Tal fue así que algunos, como la Hiniesta o San Roque recogieron sus Cruces de Guía en el templo antes de lo previsto.
Sólo el arranque, pues el resto del cortejo exiliado en Santiago se fue enseñoreando a lo largo de su recorrido de regreso. El transitar del Cristo de Las Penas y la Virgen de Gracia y Esperanza por calles como Muro de los Navarros fue de lo más comentado de la noche.
El cierre de la jornada se lo disputaron tres palios. El de San Juan de La Palma fue el primero en encerrarse, a pesar del buen número de devotos que durante el tramo final del recorrido parecían no saciarse de este portento de bordado y orfebrería. En Triana, la Estrella se propuso cumplir meticulosamente el horario y dejar atrás esas horas intempestivas de antaño. Se lució, se disfrutó y se sintió con ella como muere el Domingo de Ramos en la otra orilla del Guadalquivir, cuando pasaban algunos minutos de las 3:00.
Fue el palio azul y plata de la Hiniesta el que entró en última instancia. Se apreciaron lágrimas en los ojos de los costaleros, pero ese llanto ya era de otro color. Sonó Madre Hiniesta, Hiniesta Coronada, y la Estrella Sublime por partida doble, o triple, según se mire, porque más allá del puente también se interpretó esta marcha de López Farfán, colofón sonoro de un Domingo de Ramos para recordar.
Recordatorio El Domingo de Ramos ensoñado