El pasado viernes, Viernes de Dolores, todo cofrade se levantó con un ánimo distinto al resto de los viernes del año. Seguramente lo primero que hicimos fue mirar al cielo y pensar con gratitud que “esto ya está aquí”.
El Viernes de Dolores nos abre paso a una nueva Semana Santa, otra semana de sentimientos y emociones a flor de piel, otra Semana Santa distinta porque no hay dos iguales. Este día es como cuando tienes un regalo envuelto en tus manos y lo miras detenidamente unos segundos antes de abrirlo, disfrutándolo únicamente con la emoción de descubrirlo.
Pero no olvidemos el verdadero significado de este día en el que los cristianos rememoramos el dolor de la Madre de Cristo en la Semana Santa.
Y es que perder a un hijo tiene que ser lo más duro que exista en este mundo, pero que encima se sea testigo de las humillaciones, el maltrato y el dolor que sufre debe ser horroroso. Sin embargo María de Nazaret estuvo al lado de su Hijo, a la derecha de la Cruz, padeciendo su muerte hasta el último de los momentos.
Es absolutamente terrible pensar lo que sobrellevó esta Bendita Mujer durante la crucifixión y muerte de Jesús, de su pequeño Emmanuel como le anunció en ángel Gabriel en el momento de su Divina Concepción.
María, llena de gracia, Madre del Señor, la que intercede por todos nosotros, a quien Simeón le profetizó que una espada le atravesaría el alma del dolor tan grande que iba a soportar a condición de que su Hijo salvara el mundo, Nuestra Madre… bendita sea.
A nosotros sólo nos queda implorarle por nuestras almas, que ruegue e interceda por nosotros, que también somos sus hijos, y por encima de todo, acordarnos también de Ella esta Semana Santa. Ahí estaremos nosotros junto a Nuestra Madre, como lo estaba Ella junto a su Hijo hasta el final.
Estela García Núñez
Recordatorio La Saeta sube al Cielo: Chaparrón de necios