Parafraseando a Pablo Iglesias, desconozco si el miedo habrá cambiado de bando tras las elecciones del pasado domingo, pero de lo que si estoy completamente convencido es de que lo que ha cambiado de bando es la sonrisa. Eso es exactamente lo que se ha instalado en la expresión de millones de españoles que han comprobado con alivio que la utopía de unos cuantos ha quedado reducida a una quimera para algunos y a una pesadilla para muchos más.
Lo que ha quedado meridianamente claro tras la debacle es que la inmensa mayoría de ciudadanos de este país, del pueblo, vaya, tiene muchos recelos respecto a que debajo de la piel de cordero con la que han travestido esta coalición que algunos se empecinan en llamar partido, habita un lobo que carece del más mínimo sentido democrático y si había quienes dudaban de ello, no tienen más que constatar la reacción de algunos de sus dirigentes y sobre todo de muchos de sus jaleadores profesionales que vociferan por las redes sociales, sorprendidos de que la mayor parte de españoles no profese la misma devoción hacia su líder, más propia de una secta que de una corriente ideológica, que la que profesan ellos.
Antes del recuento proliferaban por diversos foros decenas de frases cargadas de un inexplicable rencor que pretende apropiarse del cansancio que las dificultades económicas han causado en la mayor parte de los españoles, pero que en realidad tiene unas raíces mucho más profundas que habría que buscar en las mismas motivaciones que provocan auténticas batallas campales desde hace décadas cada vez que una cumbre internacional de lo que sea, se ha celebrado en cualquier rincón del mundo, con violentos profesionales que viajan de continente en continente, financiados vaya usted a saber por quién y destrozando calles que luego hay que reparar con sus impuestos y los míos, intentando crear un caldo de cultivo basado en el odio y el caos que intenta canalizar una presunta permanente revuelta social hacia fines que cada vez están más claros.
No obstante lo ocurrido desde el momento en el que comenzaron a revelarse los resultados de los comicios ha sido absolutamente despreciable. Desde círculos próximos a la gran derrotada de este domingo por el pueblo al que dicen defender y contra el que se han apresurado a despotricar, más allá del descalabro de los de naranja que bien harían en aprender con celeridad que su electorado es de prestado antes de vuelvan a equivocarse, comenzó a difundirse la idea de que se había producido un pucherazo en el recuento electoral, así, sin anestesia. Incapaces de comprender, en su infinita soberbia que la inmensa mayoría de los ciudadanos no les quieren, se apresuraron a iniciar una campaña de desprestigio para hacer creer que las elecciones habían sido alteradas, supongo que por los mismos poderes fácticos que dominan la conspiración judeomasónica que impide al mundo darse cuenta de que el comunismo es la única fe verdadera, ya saben, los ricos, los mercados, los bancos, la iglesia... En la mente de un perfecto antidemócrata no cabe que el pueblo no se someta a su pensamiento.
Luego vinieron las acusaciones más o menos veladas por parte de dirigentes cuyo sueldo también sale de los impuestos de todos, como Teresa Rodríguez o Felipe Alcaraz, que se han permitido el lujo de insinuar que las encuestas habían errado a conciencia sabe Dios con que intención -apréciese la ironía-. Más tarde las de manipular los resultados del voto por correo intentando vincular a la empresa supuestamente encargada de gestionarlo con la Púnica y por tanto acusándola de pertener a esta hipotética “mafia pepera” que actores como Carlos Bardem (cuya madre indicó hace poco que si volvía a ganar Rajoy se marchaba de España y a la que muchos españoles nos ofrecemos para pagarle gustosamente el billete de avión, en clase turista, claro), Juan Diego Botto o Sergio Peris Mencheta (si, ya se que para identificar a alguno tendrán que buscarlo en google) se han dedicado a amplificar sin descanso antes y después de ir a depositar su voto. Y finalmente se alcanzó el climax a través del insulto directo a los votantes del PP y del PSOE y también a los que legítimamente han decidido abstenerse con toda clase de improperios por haber osado pensar algo distinto a su verdad verdadera, repito como buenos antidemócratas.
Mención aparte merece José Sacristán, ese actor que se hartó de trabajar en la España de Franco mientras otros vivían en el exilio por sus ideas políticas y que mutó en comunista, como muchos otros, cuando la democracia de la que ahora muchos abominan empezaba a ver la luz, que después de haber rajado de Pablo Iglesias hasta antes de ayer, puso voz a las cuñas radiofónicas de la coalición morada y que unas horas antes del recuento se despachó en una entrevista llamando a España “país de mierda” porque "muchos volverán a ser votados".
Pero si algo ha sido deleznable, vomitivo, ha sido la campaña emprendida por individuos cercanos a los alegres chicos de la sonrisa contra los que han denominado despectivamente “viejos” y a los que responsabilizan directamente de la victoria del enemigo. Se han llegado a leer cosas como que “hasta que no se mueran será imposible alcanzar el poder”. Lo más inquietante no es que cuatro descerebrados puedan afirmar semejante barbaridad sino que actores, políticos y culturetas varios hayan secundado el mensaje vía retuit, entre otros alguno de los que les he mencionado arriba. Como inquietante es que algunos líderes de Podemos, como la propia Teresa Rodríguez, a quien tenemos la mala suerte de sufrir en Andalucía, hayan afirmado públicamente que es el momento de “tomar las calles”, imagino que con la “sana intención” de materializar la máxima pregonada por su jefe de que “el cielo no se toma por consenso sino por asalto”, copiada burdamente de ese gran pacifista llamado Karl Marx. Una señora que también ha afirmado que en el próximo Congreso se darán cita 71 diputados del pueblo, otra clara muestra de falta de respeto hacia la mayoría de ciudadanos que no les han votado y son tan pueblo como ella.
Para terminar con las lindezas, que con toda la santa paciencia, he estado leyendo en estos dos últimos días, no puedo dejar de recordar las palabras de un tal Alberto González, guionista de El Intermedio (cuyo presentador debe estar pasando muchas fatiguitas), que en un tuit comparó a los votantes del PP y del PSOE con pederastas, sin que hasta el momento tengamos constancia de que se le haya caído la cara de vergüenza. Al hilo de los que les vengo contando, les dejo las reflexiones de la socialista Beatriz Talegón, respecto a lo vivido el pasado Domingo, no tienen desperdicio.
Respecto a lo que afecta a los cofrades, que a fin de cuentas es lo que atañe en una página como ésta, hay de todo, como en botica. Algunos habrán celebrado el resultado y otros lo habrán lamentado, por una razón u otra. Porque, más allá de que mantenga que es evidente que hay opciones políticas que sistemáticamente se han situado frente a la iglesia y por lo tanto frente a las cofradías, es obvio que en el universo cofrade habitan personas con diversas sensibilidades y que en base a ellas deciden votar legítimamente en un sentido o en otro. En democracia, todas las opciones son respetables y no seré yo quien ponga en duda el derecho que asiste a cualquier ciudadano de decidir otorgarle su confianza a quien desee. Porque no me cabe la menor duda de que la mayor parte de los cinco millones de españoles, cofrades o no, que han optado por los chicos de la sonrisa lo han hecho sin basar su voto en el rencor o el odio, sino en la buena fe de pensar que era lo mejor para el país y en este sentido son merecedores del mayor de los respetos de todos los que han optado por otras formaciones, porque no tienen culpa de que la mayor parte de los dirigentes de la coalición a la que han votado y muchos de los que les jalean por internet, a voz en grito y puño amenazante en alto, sean un grupo de antidemócratas dispuestos a lograr el poder al precio que sea. Defender lo contrario sería ponerse a la altura de la gentuza que lleva dos días insultando a sus conciudadanos y sería otorgar carta de naturaleza a las lamentables palabras de Sacristán sobre el país que entre todos debemos sacar adelante y que unos cuantos desean ver partido por la mitad con todas sus fuerzas y haciendo para lograrlo lo que sea preciso. Otra cosa es que un buen número de esos cinco millones sea realmente consciente de que ha votado a un grupo de dirigentes que carece del más mínimo respeto por la democracia. Tengo un buen amigo, votante de Podemos, que manifiesta con absoluta rotundidad que no cree en la democracia. Este amigo merece todos mis respetos, porque es consecuente con sus ideas. Ojalá todos los que de buena fe se han decantado por el morado fuesen igualmente conscientes de lo que votan.
Estoy plenamente convencido que, de haber sido otro el resultado, habría comenzado el tiempo de la fractura, de las facturas, de la ira, del rencor y del revanchismo. Huyamos los vencedores, los que hemos optado por cualquier otra opción, que somos la inmensa mayoría, de ese mismo revanchismo. La sociedad necesita que todos empujemos en el mismo sentido para lograr un futuro mejor para nosotros y nuestros hijos. Un futuro que deberá construirse con el esfuerzo de todos. No es momento de revancha ni de frentes, sino de sanar las heridas y avanzar... y en todo caso, de enseñar la puerta de la calle a quienes llevan años intentando dividir el país en buenos y malos, potenciando un enfrentamiento que podría volver a tener consecuencias trágicas.
Guillermo Rodríguez