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miércoles, 20 de julio de 2016

Dos historias paralelas con la Macarena


Blas J. Muñoz. Cuando la noche desgasta su letargo de lunas y la retahíla de estrellas construye palios imposibles, el primer hilo de luz se desgarra por miles de ciudades sin nombre -porque todos son el mismo repetido-, en una alegoría perfecta de la vida que nace con cada amanecer y se aleja en el poniente de miles de tardes autoconclusivas.

Un ritual cotidiano que pasa de largo cada mañana y que, con suerte, un par de veces al año cobra su dimensión simbólica para apercibirnos de la grandeza de todo lo creado, de su sustrato poderoso, de su sentido invisible que, de repente, se materializa en un rostro de Mujer que te impela, te llama por tu nombre y te atrapa para siempre en ese recuerdo puntual de aquel amanecer que sabes, tuviste la suerte de vivir.

Con tres años de diferencia, dos amaneceres caminaron en paralelo en torno a la Macarena. En el primero, la noche había sido intensa. Aun con el cuello enrojecido por el esfuerzo, las miradas se cruzaron justo cuando, en la recién estrenada mañana, las nubes dejaron un tímido paso a los rayos de luz del sol que buscaba a su alma gemela, a la Estrella de la mañana. Fueron directamente a su rostro que, en ese momento ya se había transformado.

Y es que el rostro de la Esperanza se transforma, alegre o apesadumbrado, muestra su grandeza en el misterio mismo de las pupilas que, años después, la observaron caminar hacia la Cartuja. Como si fuera en solitario, amaneció a otra mirada que, como no podía ser de otra forma, comprendió de inmediato que la Esperanza, la de San Gil es diferente y con solo un breve cruce de miradas te atrapa para siempre.

No sé si los amaneceres macarenos son así cada Viernes Santo o en cada extraordinaria, pero está claro que la Virgen de la Esperanza es capaz de trazar caminos paralelos, de los que sus protagonistas conocen, si es que lo hacen, mucho tiempo después.

@BlasjmPriego




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