No han faltado en los últimos tiempos los clásicos detractores sobre todo lo que guarde la mínima relación con el ámbito religioso. Cualquiera que, fuera de los tradicionales círculos cofrades, haga alusión – aunque sea de pasada – a algún detalle o mencione una anécdota que esté remotamente conectada a la trayectoria de nuestras hermandades, está condenado de antemano a soportar un aluvión de críticas indiscriminadas y, en muchos casos, carentes de toda objetividad.
Nunca dejan de escucharse aquellas típicas quejas en torno a la enorme molestia que supone tener que escuchar a las bandas practicar noche tras noche, independientemente de lo lejos que se encuentren. Por no mencionar otra de mayores proporciones: los ensayos de costaleros que tanto parecen obstaculizar los accesos a las casas, imposibilitando asimismo el normal desenvolvimiento del tráfico por las calles de la ciudad.
En los últimos días, especialmente recurrentes han sido los comentarios que, en resumen, vienen a traducirse en algo así como “no suficiente con la Semana Santa, ¿tenemos que estar aguantando procesiones todo el año?”. Sin embargo, cabe señalar lo llamativo que resulta cuán a menudo esas mismas personas se olvidan de hacer lo propio cuando la feria se convierte en el reclamo necesario para impedir transitar con el coche, no solo por el barrio de la Fuensanta sino también por sus cercanías. Tampoco es que en época de Cruces el tráfico no sea vea perturbado o los vecinos puedan entrar a sus casas así como así, pasando por alto que una gran parte de la deseada fiesta es posible gracias al trabajo y el esfuerzo de las hermandades a las que tanto critican.
No obstante, todo lo anterior queda silenciado y nada de ello importa en un día como ayer en el que el 1 de octubre ha vuelto a ser Domingo de Ramos, como si de una compensación se tratase por la Semana Santa que pudo ser y sin embargo no fue. Ayer María Santísima de la Amargura y el Señor de Córdoba por excelencia volvieron a tomar las calles de la ciudad que así lo quiso llamar, en un recorrido tan largo como histórico que ha otorgado a sus devotos una segunda posibilidad con la que volver a ver a Nuestro Padre Jesús Rescatado cruzar por fin el Arco de la Bendiciones.
Ayer se impuso una vez más la tradición que ya habían empezado a reclamar la Fuensanta y Nuestra Señora del Socorro, materializándose esta vez en la devoción de tres siglos que se transformó en hermandad hace 75 años y con la que el cautivo trinitario se erige con esa majestuosidad que tan distinto lo hace del resto y con la que tanto tiempo lleva devolviendo su conmovedora mirada al pueblo cordobés.
Esther Mª Ojeda
Foto Álvaro Córdoba