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jueves, 16 de junio de 2016

El Cáliz de Claudio: No te disfrazaré de costalero


Se abren los brazos a la tibia luz de primera hora de la mañana. No se trata de la claridad de un espacio físico abierto, sino de una luz matizada por la persiana, la ventana a medio abrir y las cortinas aun calientes de las sombras de la noche. Se que aun no son las ocho, mientras preparo una de las noticias que amanecen cada jornada, porque no he escuchado su murmullo tan característico. Es una forma de despertar, abrazando la vida, llenándola con una alegría que solo se entiende con su mirada.

Sus pasos lo delatan, justo después de llamarme, por el pasillo que ahora, supongo le parece gigante. Voy apagando el portátil y su sonrisa al verme es la misma que él a mi me lleva regalando estos dos años. Se quita el tete y le pido un beso. Y el día ya se llena de sentido y de energía para enfrentarlo todo. Él tiene más y ya la derrocha en el desayuno de los tres.

Un mensaje me dice que ha pasado algo. Mientras vamos camino del parque o de su segundo desayuno, le cuento lo que está pasando y, cuando no me gusta que es demasiado frecuente, difumino la historia, elimino a las cofradías del argumento e intento construir un final feliz, pero no puedo evitar explicarle que casi todos los finales, cuando los hay, son agridulces como en las novelas que enriquecieron a papá.

Cuando volvemos a casa seguimos con nuestra rutina, que siempre es igual y distinta porque se trata de un juego infinito. Y, ya solitario, mi sonrisa queda atrás porque ya me he despedido hasta la noche. Entonces recuerdo lo que alguna vez imaginé y me sonrío. Sé que todo aquello que vi y veo hacer no lo repetiré como un autómata en una calle de Praga. No lo disfrazaré de costalero para ver mis complejos o mis vanidades proyectadas en él. Ni lo llevaré a un ensayo ni le enseñaré una foto. Y, cuando llega junio parece estúpido pensar en estas cosas, me sigo dando cuenta de que lo echo de menos y puede que algún día me lo pida o lo haga y no sé si tendré valor para verlo o si seré capaz de aguantar la emoción de otra túnica planchado sobre la cama.

Blas J. Muñoz


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